viernes, 29 de octubre de 2010

etica kantiana.

LA ÉTICA KANTIANA
Onora O'Neill
Peter Singer (ed.), Compendio de Ética
Alianza Editorial, Madrid, 1995 (cap. 14, págs. 253-266)
1. Introducción
Immanuel Kant (1724-1804) fue uno de los filósofos europeos más importantes desde la antigüedad; muchos
dirían simplemente que es el más importante. Llevó una vida extraordinariamente tranquila en la alejada ciudad
prusiana de Königsberg (hoy Kaliningrado en Rusia), y publicó una serie de obras importantes en sus últimos
años. Sus escritos sobre ética se caracterizan por un incondicional compromiso con la libertad humana, con la
dignidad del hombre y con la concepción de que la obligación moral no deriva ni de Dios, ni de las autoridades y
comunidades humanas ni de las preferencias o deseos de los agentes humanos, sino de la razón.
Sus escritos son difíciles y sistemáticos; para comprenderlos puede ser de utilidad distinguir tres cosas. En
primer lugar está la ética de Kant, articulada por sus escritos de las décadas de 1780 y 1790. En segundo lugar
está la «ética de Kant», una presentación (considerablemente desfavorable) de la ética de Kant formulada por
sus primeros e influyentes críticos y que a menudo todavía se atribuye a Kant. Esta posición ha tenido una vida
propia en los debates actuales. En tercer lugar está la «ética kantiana», un término mucho más amplio que
engloba tanto la ética de Kant como la «ética de Kant» y que también se utiliza como denominación
(principalmente encomiosa) de una serie de posiciones éticas contemporáneas que reclaman la herencia de la
ética de Kant, pero que se separan de Kant en muchos sentidos.
2. La ética de Kant: el contexto crítico
La ética de Kant está recogida en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785),la Crítica de la
razón práctica (1787), La metafísica de la moral (1797) (cuyas dos partes Los elementos metafísicos del derecho
y La doctrina de la virtud a menudo se publican por separado) así como en su Religión dentro de los límites de la
mera razón (1793) y un gran número de ensayos sobre temas políticos, históricos y religiosos. Sin embargo, las
posiciones fundamentales que determinan la forma de esta obra se examinan a fondo en la obra maestra de
Kant, La crítica de la razón pura (1781), y una exposición de su ética ha de situarse en el contexto más amplio de
la «filosofía crítica» que allí desarrolla.
Esta filosofía es ante todo crítica en sentido negativo. Kant argumenta en contra de la mayoría de las tesis
metafísicas de sus precursores racionalistas, y en particular contra sus supuestas pruebas de la existencia de
Dios. De acuerdo con su concepción, nuestra reflexión ha de partir de una óptica humana, y no podemos
pretender el conocimiento de ninguna realidad trascendente a la cual no tenemos acceso. Las pretensiones de
conocimiento que podemos afirmar deben ser por lo tanto acerca de una realidad que satisfaga la condición de
ser objeto de experiencia para nosotros. De aquí que la indagación de la estructura de nuestras capacidades
cognitivas proporciona una guía a los aspectos de esa realidad empírica que podemos conocer sin referirnos a
experiencias particulares. Kant argumenta que podemos conocer a priori que habitamos en un mundo natural
de objetos situados en el espacio y el tiempo que están causalmente relacionados.
Kant se caracteriza por su insistencia en que este orden causal y nuestras pretensiones de conocimiento se
limitan al mundo natural, pero que no tenemos razón para pensar que el mundo natural cognoscible es todo
cuanto existe. Por el contrario, tenemos y no podemos prescindir de una concepción de nosotros mismos como
agentes y seres morales, lo cual sólo tiene sentido sobre la suposición de que tenemos una voluntad libre. Kant
afirma que la libre voluntad y la causalidad natural son compatibles, siempre que no se considere la libertad
humana -la capacidad de obrar de forma autónoma- como un aspecto del mundo natural. La causalidad y la
libertad se dan en ámbitos independientes; el conocimiento se limita a la primera y la moralidad a la última. La
solución de Kant del problema de la libertad y el determinismo es el rasgo más controvertido y fundamental de
su filosofía moral, y el que supone la mayor diferencia entre su pensamiento y el de casi toda la literatura ética
del siglo xx, incluida la mayor parte de la que se considera «ética kantiana».
La cuestión central en torno a la cual dispone Kant su doctrina ética es la de «¿qué debo hacer?». Kant intenta
identificar las máximas, o los principios fundamentales de acción, que debemos adoptar. Su respuesta se
formuía sin referencia alguna a una concepción supuestamente objetiva del bien para el hombre, como las
propuestas por las concepciones perfeccionistas asociadas a Platón, Aristóteles y a gran parte de la ética
cristiana. Tampoco basa su posición en pretensión alguna sobre una concepción subjetiva del bien, los deseos,
las preferencias o las creencias morales comúnmente compartidas que podamos tener, tal y como hacen los
utilitaristas y comunitaristas. Al igual que en su metafísica, en su ética no introduce pretensión alguna sobre una
realidad moral que vaya más allá de la experiencia ni otorga un peso moral a las creencias reales. Rechaza tanto
el marco realista como el teológico en que se habían formulado la teoría del derecho natural y la doctrina de la
virtud, así como la apelación a un consenso contingente de sentimientos o creencias como el que defienden
muchos pensadores del siglo XVIII (y también del XX).
3. La ética de Kant: la ley universal y la concepción del deber
El propósito central de Kant es concebir los principios de la ética según procedimientos racionales. Aunque al
comienzo de su Fundamentación (una obra breve, muy conocida y difícil) identifica a la «buena voluntad» como
único bien incondicional, niega que los principios de la buena voluntad puedan determinarse por referencia a
un bien objetivo o telos al cual tiendan. En vez de suponer una formulación determinada del bien, y de utilizarla
como base para determinar lo que debemos hacer, utiliza una formulación de los principios éticos para
determinar en qué consiste tener una buena voluntad. Sólo se plantea una cuestión más bien mínima, a saber,
¿qué máximas o principios fundamentales podría adoptar una pluralidad de agentes sin suponer nada
específico sobre los deseos de los agentes o sus relaciones sociales? Han de rechazarse los principios que no
puedan servir para una pluralidad de agentes: la idea es que el principio moral tiene que ser un principio para
todos. La moralidad comienza con el rechazo de los principios no universalizables. Esta idea se formula como
una exigencia, que Kant denomina «el imperativo categórico», o en términos más generales la Ley moral. Su
versión más conocida dice así: «obra sólo según la máxima que al mismo tiempo puedas querer se convierta
una ley universal». Esta es la clave de la ética de Kant, y se utiliza para clasificar las máximas que pueden
adoptar los agentes.
Un ejemplo de uso de imperativo categórico sería este: un agente que adopta la máxima de prometer en falso
no podría «querer esto como ley universal». Pues si quisiese (hipotéticamente) hacerlo se comprometería con
el resultado predecible de una quiebra tal de la confianza que no podría obrar a partir de su máxima inicial de
prometer en falso. Este experimento intelectual revela que la máxima de prometer en falso no es
universalizable, y por lo tanto no puede incluirse entre los principios comunes de ninguna pluralidad de seres.
La máxima de rechazar la promesa en falso es una exigencia moral; la máxima de prometer en falso está
moralmente prohibida. Es importante señalar que Kant no considera mala la promesa en falso en razón de sus
efectos presuntamente desagradables (como harían los utilitaristas) sino porque no puede quererse como
principio universal.
El rechazo de la máxima de prometer en falso, o de cualquier otra máxima no universalizable, es compatible con
una gran variedad de cursos de acción. Kant distingue dos tipos de valoración ética. En primer lugar podemos
evaluar las máximas que adoptan los agentes. Si pudiésemos conocerlas podríamos distinguir entre las que
rechazan principios no universalizables (y tienen así principios moralmente valiosos) y las que adoptan
principios no universalizables (y tienen así principios moralmente no valiosos). Kant se refiere a aquellos que
suscriben principios moralmente válidos como a personas que obran «por deber». Sin embargo Kant también
afirma que no tenemos un conocimiento cierto ni de nuestras máximas ni de las de los demás. Normalmente
deducimos las máximas o principios subyacentes de los agentes a partir de su pauta de acción, pero ninguna
pauta sigue una máxima única. Por ejemplo, la actividad del tendero verdaderamente honrado puede no diferir
de la del tendero honrado a regañadientes, que comercia equitativamente sólo por deseo de una buena
reputación comercial y que engañaría si tuviese una oportunidad segura de hacerlo. De aquí que, para los fines
ordinarios, a menudo no podemos hacer más que preocuparnos por la conformidad externa con las máximas
del deber, en vez de por la exigencia de haber realizado un acto a partir de una máxima semejante. Kant habla
de la acción que tendría que hacer alguien que tuviese una máxima moralmente válida como una acción «de
conformidad con el deber». Esta acción es obligatoria y su omisión está prohibida. Evidentemente, muchos
actos concuerdan con el deber aunque no fueron realizados por máximas de deber. Sin embargo, incluso esta
noción de deber externo se ha definido como indispensable en una situación dada para alguien que tiene el
principio subyacente de actuar por deber. Esto contrasta notablemente con las formulaciones actuales del
deber que lo identifican con pautas de acción externa. Así, la pregunta de Kant «¿Qué debo hacer?» tiene una
doble respuesta. En el mejor de los casos debo basar mi vida y acción en el rechazo de máximas nouniversalizables,
y llevar así una vida moralmente válida cuyos actos se realizan por deber; pero incluso si dejo
de hacer esto al menos debo asegurarme de realizar cualesquiera actos que serían indispensables si tuviese
semejante máxima moralmente válida.
La exposición más detallada de Kant acerca del deber introduce (versiones de) determinadas distinciones
tradicionales. Así, contrapone los deberes para con uno mismo y para con los demás y en cada uno de estos
tipos distingue entre deberes perfectos e imperfectos. Los deberes perfectos son completos en el sentido de
que valen para todos los agentes en todas sus acciones con otras personas. Además de abstenerse de prometer
en falso, otros ejemplos de principios de deberes perfectos para con los demás son abstenerse de la coerción y
la violencia; se trata de obligaciones que pueden satisfacerse respecto a todos los demás (a los cuales pueden
corresponder derechos de libertad negativa). Kant deduce los principios de la obligación imperfecta
introduciendo un supuesto adicional: supone que no sólo tenemos que tratar con una pluralidad de agentes
racionales que comparten un mundo, sino que estos agentes no son autosuficientes, y por lo tanto son
mutuamente vulnerables. Estos agentes -afirma- no podrían querer racionalmente que se adoptase de manera
universal un principio de negarse a ayudar a los demás o de descuidar el desarrollo del propio potencial: como
saben que no son autosuficientes, saben que querer un mundo así sería despojarse (irracionalmente) de medios
indispensables al menos para algunos de sus propios fines. Sin embargo, los principios de no dejar de ayudar a
los necesitados o de desarrollar el potencial propio son principios de obligación menos completos (y por lo
tanto imperfectos). Pues no podemos ayudar a todos los demás de todas las maneras necesarias, ni podemos
desplegar todos los talentos posibles en nosotros. Por ello estas obligaciones son no sólo necesariamente
selectivas sino también indeterminadas. Carecen de derechos como contrapartida y son la base de deberes
imperfectos. Las implicaciones de esta formulación de los deberes se desarrollan de forma detallada en La
metafísica de las costumbres, cuya primera parte trata acerca de los principios de la justicia que son objeto de
obligación perfecta y cuya segunda parte trata acerca de los principios de la virtud que son objeto de obligación
imperfecta.
4. La ética de Kant: el respeto a las personas
Kant despliega las líneas básicas de su pensamiento a lo largo de varios tramos paralelos (que considera
equivalentes). Así, formula el imperativo categórico de varias maneras, sorprendentemente diferentes. La
formulación antes presentada se conoce como «la fórmula de la ley universal» y se considera la «más estricta».
La que ha tenido mayor influencia cultural es la llamada «fórmula del fin en sí mismo», que exige tratar a la
humanidad en tu propia persona o en la persona de cualquier otro nunca simplemente como un medio sino
siempre al mismo tiempo como un fin. Este principio de segundo orden constituye una vez más una limitación a
las máximas que adoptemos; es una versión muy solemnemente expresada de la exigencia de respeto a las
personas. En vez de exigir que comprobemos que todos puedan adoptar las mismas máximas, exige de manera
menos directa que al actuar siempre respetemos, es decir, no menoscabemos, la capacidad de actuar de los
demás (y de este modo, de hecho, les permitamos obrar según las maximas que adoptaríamos nosotros
mismos). La fórmula del fin en sí también se utiliza para distinguir dos tipos de falta moral. Utilizar a otro es
tratarle como cosa o instrumento y no como agente. Según la formulación de Kant, el utilizar a otro no es
simplemente cuestión de hacer algo que el otro en realidad no quiere o consiente, sino de hacer algo a lo cual el
otro no puede dar su consentimiento. Por ejemplo, quien engaña hace imposible que sus víctimas consientan
en la intención del engañador. Al contrario que la mayoría de las demás apelaciones al consentimiento como
criterio de acción legítima (o justa), Kant (de acuerdo con su posición filosófica básica) no apela ni a un
consentimiento hipotético de seres racionales ideales, ni al consentimiento históricamente contingente de
seres reales. Se pregunta qué es preciso para hacer posible que los demás disientan o den su consentimiento.
Esto no significa que pueda anularse a la fuerza el disenso real en razón de que el consenso al menos ha sido
posible -pues el acto mismo de anular el disenso real será el mismo forzoso, y por lo tanto hará imposible el
consentimiento. La tesis de Kant es que los principios que debemos adoptar para no utilizar a los demás serán
los principios mismos de justicia que se identificaron al considerar qué principios son universalizables para los
seres racionales.
Por consiguiente, Kant interpreta la falta moral de no tratar a los demás como «fines» como una base
alternativa para una doctrina de las virtudes. Tratar a los demás como seres específicamente humanos en su
finitud -por lo tanto vulnerables y necesitados- como «fines» exige nuestro apoyo a las (frágiles) capacidades de
obrar, de adoptar máximas y de perseguir los fines particulares de los demás. Por eso exige al menos cierto
apoyo a los proyectos y propósitos de los demás. Kant afirma que esto exigirá una beneficencia al menos
limitada. Aunque no establece la obligación ilimitada de la beneficencia, como hacen los utilitaristas, argumenta
en favor de la obligación de rechazar la política de denegar la ayuda necesitada. También afirma que la falta
sistemática en desplegar el propio potencial equivale a la falta de respeto a la humanidad y sus capacidades de
acción racional (en la propia persona). La falta de consideración a los demás o a uno mismo como fines se
considera una vez más como una falta de virtud u obligación imperfecta. Las obligaciones imperfectas no
pueden prescribir un cumplimiento universal: no podemos ni ayudar a todas las personas necesitadas, ni
desplegar todos los talentos posibles. Sin embargo, podemos rechazar que la indiferencia de cualquiera de
ambos tipos sea básica en nuestra vida, y podemos hallar que el rechazo de la indiferencia por principio exige
mucho. Incluso un compromiso de esta naturaleza, tomado en serio, exigirá mucho. Si lo cumplimos, según la
concepción de Kant habremos mostrado respeto hacia las personas y en especial a la dignidad humana.
Las restantes formulaciones del imperativo categórico reúnen las perspectivas de quien busca obrar según
principios que puedan compartir todos los demás y de quien busca obrar según principios que respeten la
capacidad de obrar de los demás. Kant hace uso de la retórica cristiana tradicional v de la concepción del
contrato social de Rousseau para pergeñar la imagen de un «Reino de los fines» en el que cada persona es a la
vez legisladora y está sujeta a la ley, en el que cada cual es autónomo (lo que quiere decir literalmente: que se
legisla a sí mismo) con la condición de que lo legislado respete el estatus igual de los demás como
«legisladores». Para Kant, igual que para Rousseau, ser autónomo no significa voluntariedad o independencia
de los demás y de las convenciones sociales; consiste en tener el tipo de autocontrol que tiene en cuenta el
igual estatus moral de los demás. Ser autónomo en sentido kantiano es obrar moralmente.

5. La ética de Kant: los problemas de la libertad, la religión y la historia
Esta estructura básica de pensamiento se desarrolla en muchas direcciones diferentes. Kant presenta
argumentos que sugieren por qué hemos de considerar el imperativo categórico como un principio de razón
vinculante para todos nosotros. Así, analiza lo que supone pasar de un principio a su aplicación concreta a
situaciones reales. También examina la relación entre los principios morales y nuestros deseos e inclinaciones
reales. Desarrolla entonces las implicaciones políticas del imperativo categórico, que incluyen una constitución
republicana y el respeto a la libertad, especialmente la libertad religiosa y de expresión. También esboza un
programa todavía influyente para conseguir la paz internacional. Y asimismo analiza de qué forma su sistema de
pensamiento moral está vinculado a nociones religiosas tradicionales. Se han planteado muchas objeciones de
principio y de detalle; algunas de las objeciones menos fundamentales pueden examinarse en el apartado de la
«ética de Kant». Sin embargo, la objeción más central exige un examen independiente.
Esta objeción es que el marco básico de Kant es incoherente. Su teoría del conocimiento lleva a una concepción
del ser humano como parte de la naturaleza, cuyos deseos, inclinaciones y actos son susceptibles de explicación
causal ordinaria. Pero su noción de la libertad humana exige la consideración de los agentes humanos como
seres capaces de autodeterminación, y en especial de determinación de acuerdo con los principios del deber. Al
parecer Kant se ve llevado a una concepción dual del ser humano: somos a la vez seres fenoménicos (naturales,
determinados causalmente) y seres nouménicos (es decir, no naturales y autodeterminados). Muchos de los
críticos de Kant han afirmado que este doble aspecto del ser humano es en última instancia incoherente.
En la Crítica de la razón práctica Kant aborda la dificultad afirmando que siempre que aceptemos determinados
«postulados» podemos dar sentido a la idea de seres que forman parte tanto del orden natural como del orden
moral. La idea es que si postulamos un Dios benévolo, la virtud moral a que pueden aspirar los agentes libres
puede ser compatible con -y, en efecto, proporcionada a- la felicidad a que aspiran los seres naturales. Kant
denomina bien supremo a esta perfecta coordinación de virtud moral y felicidad. El procurar el bien supremo
supone mucho tiempo: por ello hemos de postular tanto un alma inmortal como la providencia de Dios. Esta
imagen ha sido satirizada una y otra vez. Heme describió a Kant como un osado revolucionario que mató al
deísmo: a continuación admitió tímidamente que, después de todo, la razón práctica podía «probar» la
existencia de Dios. Menos amablemente, Nietzsche le iguala a un zorro que se escapa para luego volver a caer
en la jaula del teísmo.
En los últimos escritos Kant desechó tanto la idea de una coordinación garantizada de virtud y recompensa de la
felicidad (pensó que esto podía socavar la verdadera virtud) y la exigencia de postular la inmortalidad,
entendida como una vida eterna (véase El fin de todas las cosas). Ofrece diversas versiones históricas de la idea
de que podemos entender nuestro estatus de seres libres que forman parte de la naturaleza sólo si adoptamos
determinados postulados. Por ejemplo sugiere que al menos debemos esperar la posibilidad de progreso moral
en la historia humana y ello para una coordinación intramundana de los fines morales y naturales de la
humanidad. Las diversas formulaciones históricas que ofrece de los postulados de la razón práctica son aspectos
y precursores de una noción intramundana del destino humano que asociamos a la tradición revolucionaria, y
en especial a Marx. Sin embargo Kant no renunció a una interpretación religiosa de las nociones de los orígenes
y destino humanos. En su obra tardía La religión dentro de los límites de la mera razón describe las escrituras
cristianas como una narrativa temporal que puede entenderse como «símbolo de la moralidad». La
interpretación de esta obra, que trajo a Kant problemas con los censores prusianos, plantea muchos problemas.
Sin embargo, al menos está claro que no reintroduce nociones teológicas que sirvan de fundamento de la
moralidad, sino que más bien utiliza su teoría moral como óptica para leer las escrituras.
Si bien Kant no volvió a su original rechazo del fundamento teológico, sigue siendo problemática una
comprensión de la vinculación que establece entre naturaleza y moralidad. Una forma de comprenderla puede
ser basándose en la idea, que utiliza en la Fundamentación, de que naturaleza y libertad no pertenecen a dos
mundos o realidades metafísicas independientes, sino que más bien constituyen dos «puntos de vista». Hemos
de concebirnos a nosotros mismos tanto como parte del mundo natural y como agentes libres. No podemos
prescindir sin incoherencia de ninguno de estos puntos de vista, aunque tampoco podemos integrarlos, y no
podemos hacer más que comprender que son compatibles. De acuerdo con esta interpretación, no podemos
tener idea de la «mecánica» de la libertad humana, pero podemos entender que sin la libertad en la actividad
del conocimiento, que subyace a nuestra misma pretensión de conocimiento, nos sería desconocido un mundo
ordenado causalmente. De aquí que nos sea imposible desterrar la idea de libertad. Para fines prácticos esto
puede bastar: para éstos no tenemos que probar la libertad humana.
Sin embargo, tenemos que intentar conceptualizar el vínculo entre el orden natural y la libertad humana, y
también hemos de comprometernos a una versión de los «postulados» o «esperanzas» que vinculan a ambos.
Al menos un compromiso a obrar moralmente en el mundo depende de suponer (postular, esperar) que el
orden natural no sea totalmente incompatible con las intenciones morales.
6. La «ética de Kant»
Muchas otras críticas de la ética de Kant resurgen tan a menudo que han cobrado vida independiente como
elementos de la «ética de Kant». Algunos afirman que estas críticas no son de aplicación a la ética de Kant, y
otros que son razones decisivas para rechazar la posición de Kant.
1) Formalismo. La acusación más común contra la ética de Kant consiste en decir que el imperativo categórico
está vacío, es trivial o puramente formal v no identifica principios de deber. Esta acusación la han formulado
Hegel, J.S. Mill y muchos otros autores contemporáneos. Según la concepción de Kant, la exigencia de máximas
universalizables equivale a la exigencia de que nuestros principios fundamentales puedan ser adoptados por
todos. Esta condición puede parecer carente de lugar: ¿acaso no puede prescribirse por un principio universal
cualquier descripción de acto bien formada? ¿Son universalizables principios como el de «roba cuando puedas»
o «mata cuando puedas hacerlo sin riesgo»? Esta reducción al absurdo de la universalizabilidad se consigue
sustituyendo el imperativo categórico de Kant por un principio diferente. La fórmula de la ley universal exige no
sólo que formulemos un principio universal que incorpore una descripción del acto válida para un acto
determinado. Exige que la máxima, o principio fundamental, de un agente sea tal que éste pueda «quererla
como ley universal». La prueba exige comprometerse con las consecuencias normales y predecibles de
principios a los que se compromete el agente así como a los estándares normales de la racionalidad
instrumental. Cuando las máximas no son universalizables ello es normalmente porque el compromiso con las
consecuencias de su adopción universal sería incompatible con el compromiso con los medios para obrar según
ellas (por ejemplo, no podemos comprometernos tanto a los resultados de la promesa en falso universal y a
mantener los medios para prometer, por lo tanto para prometer en falso).
La concepción kantiana de la universalizabilidad difiere de principios afines (el prescriptivismo universal, la
Regla de Oro) en dos aspectos importantes. En primer lugar, no alude a lo que se desea o prefiere, y ni siquiera
a lo que se desea o prefiere que se haga de manera universal. En segundo lugar es un procedimiento sólo para
escoger las máximas que deben rechazarse para que los principios fundamentales de una vida o sociedad sean
universalizables. Identifica los principios no universalizables para descubrir las limitaciones colaterales a los
principios más específicos que puedan adoptar los agentes. Estas limitaciones colaterales nos permiten
identificar principios de obligación más específicos pero todavía indeterminados (para una diferente concepción
de la universalizabilidad véase el artículo 40, «El prescriptivismo universal»).
2) Rigorismo. Esta es la crítica de que la ética de Kant, lejos de estar vacía y ser formalista, conduce a normas
rígidamente insensibles, y por ello no se pueden tener en cuenta las diferencias entre los casos. Sin embargo,
los principios universales no tienen que exigir un trato uniforme; en realidad imponen un trato diferenciado.
Principios como «la imposición debe ser proporcional a la capacidad de pagar» o «el castigo debe ser
proporcionado al delito» tienen un alcance universal pero exigen un trato diferenciado. Incluso principios que
no impongan específicamente un trato diferenciado serán indeterminados, por lo que dejan lugar a una
aplicación diferenciada.
3) Abstracción. Quienes aceptan que los argumentos de Kant identifican algunos principios del deber, pero no
imponen una uniformidad rígida, a menudo presentan una versión adicional de la acusación de formalismo.
Dicen que Kant identifica los principios éticos, pero que estos principios son «demasiado abstractos» para
orientar la acción, y por ello que su teoría no sirve como guía de la acción. Los principios del deber de Kant son
ciertamente abstractos, y Kant no proporciona un conjunto de instrucciones detallado para seguirlo. No ofrece
un algoritmo moral del tipo de los que podría proporcionar el utilitarismo si tuviésemos una información
suficiente sobre todas las Opciones. Kant subraya que la aplicación de principios a casos supone juicio y
deliberación. También afirma que los principios son y deben ser abstractos: son limitaciones colaterales (no
algoritmos) y sólo pueden guiar (no tomar) las decisiones. La vida moral es cuestión de encontrar formas de
actuar que satisfagan todas las obligaciones y no violen las prohibiciones morales. No existe un procedimiento
automático para identificar estas acciones, o todas estas acciones. Sin embargo, para la práctica moral
empezamos por asegurarnos que los actos específicos que tenemos pensados no son incompatibles con los
actos de conformidad con las máximas del deber.
4) Fundamentos de obligación contradictorios. Esta crítica señala que la ética de Kant identifica un conjunto
de principios que pueden entrar en conflicto. Las exigencias de fidelidad y de ayuda, por ejemplo, pueden
chocar. Esta crítica vale tanto para la ética de Kant como para cualquier ética de principios. Dado que la teoría
no contempla las «negociaciones» entre diferentes obligaciones, carece de un procedimiento de rutina para
resolver los conflictos. Por otra parte, como la teoría no es más que un conjunto de limitaciones colaterales a la
acción, la exigencia central consiste en hallar una acción que satisfaga todas las limitaciones. Sólo cuando no
puede hallarse semejante acción se plantea el problema de los fundamentos múltiples de la obligación. Kant no
dice nada muy esclarecedor sobre estos casos; la acusación planteada por los defensores de la ética de la virtud
(por ejemplo, Bernard Williams, Martha Nussbaum) de que no dice lo suficiente sobre los casos en que
inevitablemente ha de violarse o abandonarse un compromiso moral, es pertinente.
5) Lugar de las inclinaciones. En la literatura secundaria se ha presentado un grupo de críticas serias de la
psicología moral de Kant. En particular se dice que Kant exige que actuemos «motivados por el deber» y no por
inclinación, lo que le lleva a afirmar que la acción que gozamos no puede ser moralmente valiosa. Esta severa
interpretación, quizás sugerida por vez primera por Schiller, supone numerosas cuestiones difíciles. Por obrar
«motivado por el deber», Kant quiere decir sólo que obremos de acuerdo con la máxima del deber y que
experimentemos la sensación de «respeto por la ley». Este respeto es una respuesta y no la fuente del valor
moral. Es compatible con que la acción concuerde con nuestras inclinaciones naturales y sea objeto de disfrute.
De acuerdo con una interpretación, el conflicto aparente entre deber e inclinación sólo es de orden
epistemológico; no podemos saber con seguridad que obramos sólo por deber si falta la inclinación. Según otras
interpretaciones, la cuestión es más profunda, y conduce a la más grave acusación de que Kant no puede
explicar la mala acción.
6) Falta de explicación de la mala acción. Esta acusación es que Kant sólo contempla la acción libre que es
totalmente autónoma -es decir, que se hace de acuerdo con un principio que satisface la limitación de que
todos los demás puedan hacer igualmente- y la acción que refleja sólo deseos naturales e inclinaciones. De ahí
que no puede explicar la acción libre e imputable pero mala. Está claro que Kant piensa que puede ofrecer una
explicación de la mala acción, pues con frecuencia ofrece ejemplos de malas acciones imputables.
Probablemente esta acusación refleja una falta de separación entre la tesis de que los agentes libres deben ser
capaces de actuar de manera autónoma (en el sentido rousseauniano o kantiano que vincula la autonomía con
la moralidad) con la tesis de que los agentes libres siempre obran de manera autónoma. La imputabilidad exige
la capacidad de obrar autónomamente, pero esta capacidad puede no ejercitarse siempre. Los malos actos
realmente no son autónomos, pero son elegidos en vez de determinados de forma mecánica por nuestros
deseos o inclinaciones.
La ética de Kant y la imagen de su ética que a menudo sustituyen a aquélla en los debates modernos no agotan
la ética kantiana. Actualmente se utiliza a menudo para designar a toda una serie de posiciones y compromisos
éticos cuasi-kantianos. En ocasiones, el uso es muy amplio. Algunos autores hablarán de ética kantiana cuando
tengan en mente teorías de los derechos, o más en general un pensamiento moral basado en la acción más que
en el resultado, o bien cualquier posición que considere lo correcto como algo previo a lo bueno. En estos casos
los puntos de parecido con la ética de Kant son bastante generales (por ejemplo, el interés por principios
universales y por el respeto a las personas, o más específicamente por los derechos humanos). En otros casos
puede identificarse un parecido más estructural -por ejemplo, un compromiso con un único principio moral
supremo no utilitario, o bien con la concepción de que la ética se basa en la razón. La comprensión específica de
la ética kantiana varia mucho de uno a otro contexto.
El programa ético reciente más definidamente kantiano ha sido el de John Rawls, quien ha denominado a una
etapa del desarrollo de su teoría «constructivismo kantiano». Muchos de los rasgos de la obra de Rawls son
claramente kantianos, sobre todo su concepción de principios éticos determinados por limitaciones a los
principios elegidos por agentes racionales. Sin embargo, el constructivismo de Rawls supone una noción
bastante diferente de la racionalidad con respecto a la de Kant. Rawls identifica los principios que elegirían
seres instrumentalmente racionales a los cuales atribuye fines ciertos escasamente especificados -y no los
principios que podrían elegirse siempre independientemente de los fines particulares. Esto deter1mina
importantes diferencias entre la obra de Rawls, incluso en sus momentos más kantianos, y la ética de Kant.
Otros que utilizan la denominación «kantiano» en ética tienen una relación con Kant aún más libre -por
ejemplo, muchos de ellos no ofrecen concepción alguna de las virtudes, o incluso niegan que sea posible
semejante concepción; muchos consideran que lo fundamental son los derechos más que las obligaciones; casi
todos se basan en un teoría de la acción basada en la preferencia y en una concepción instrumental de la
racionalidad, todo lo cual es incompatible con la ética de Kant.
8. El legado kantiano
La ética de Kant sigue siendo el intento paradigmático y más influyente por afirmar principios morales
universales sin referencia a las preferencias o a un marco teológico. La esperanza de identificar principios
universales, tan patente en las concepciones de la justicia y en el movimiento de derechos humanos, se ve
constantemente desafiada por la insistencia comunitarista e historicista en que no podemos apelar a algo que
vaya más allá del discurso v de las tradiciones de sociedades particulares, y por la insistencia de los utilitaristas
en que los principios derivan de preferencias. Para quienes no consideran convincente ninguno de estos
caminos, el eslogan neokantiano de «vuelta a Kant» sigue siendo un desafío que deben analizar o refutar.

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