viernes, 26 de noviembre de 2010

Fundamentacion de la metafísica de las costumbres

En el prologo lo que mas hace énfasis kant es en señalar las 3 ramas de la filosofía que son la física la ética y la lógica, trata de separar los conceptos para después utilizarlos o al menos eso parece, también menciona la metafísica de la naturaleza y la metafísica de las costumbres, señala q ambas debemos de purificarlas de todo lo empírico para poder conocer lo q la razón pura por si sola puede construir, parece que kant toma una postura critica, dice q en su escrito esta el método mas adecuado q es el de pasar del conocimiento vulgar a la determinación del principio supremo del mismo para luego regresar asta los origines de ese conocimiento vulgar en donde se encuentra su uso.


PRIMER CAPITULO- transito del conocimiento moral vulgar de la razón al conocimiento filosófico

Kant dice q no es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricciones, a no ser una buena voluntad, tanto los talentos del espíritu como el juicio y el entendimiento, las cualidades del temperamento como el valor y la decisión pueden ser buenos, pero también malos, dependiendo de los usos que haga de ellos la voluntad o el carácter, ya que si no existe una buena voluntad nunca se conseguirá la satisfacción, ósea que la buena voluntad se convierte en la condición para hacernos dignos de ser felices. algunas cualidades pueden parecer de buena voluntad(son buenas en muchos aspectos), pero no lo son porq no tiene un valor interno sino que siempre dependen de una buena voluntad, por lo que no pueden ser definidas como buenas ya que sin una buena voluntad estas cualidades serian malas.

Kant señala que por naturaleza la razón es como una especie de dirigente de nuestra voluntad  y por eso la razón debe tratar de satisfacer las preocupaciones del hombre, considerando que estas preocupaciones sean de buena voluntad, ya que cuanto más se preocupa la razón de gozar de la vida y alcanzar la felicidad, más se aleja el hombre de la verdadera satisfacción, la razón mas bien debe ser como la encargada de influir y producir una buena voluntad .

Kant considera que el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley ósea que el valor moral de una acción no reside en el efecto que se espera de ella, por lo que la representación de la ley en sí misma que solo se puede encontrar en los seres racionales, es el fundamento determinante de la voluntad, que puede constituir el bien moral, el cual esta presente en la persona que obra según esa ley, pero entonces ¿cuál es la ley que determina la buena voluntad?
Kant señala que para hallar esa ley buena y universal cada persona a la hora de realizar una acción por deber debe considerar si esta podría convertirse en ley universal, ósea que los hombres la utilizaran para tratar de conseguir la buena voluntad. Kant nos da un ejemplo para entender lo anterior, el cuestiona si es prudente o si es conforme al deber hacer una falsa promesa en aquellas situaciones en las que estamos apurados. Para saber si es lícito o no hacer una falsa promesa, nos deberíamos de preguntar si esta acción podría servir como ley universal, es decir, tanto para mí como para los demás. Pronto llegaríamos a la conclusión de que si por ley y como valor moral, no aceptamos las mentiras, no podíamos querer una ley universal de mentir, pues según esta ley ninguna promesa seria verdadera y también nos mentirían a nosotros por lo que no querríamos esa ley como universal.

Por lo tanto para saber si la voluntad de uno es moralmente valida, basta con preguntarse uno mismo si esa acción la querríamos como ley universal.

Según Kant la razón por naturaleza sabe distinguir lo que ocurre conforme al deber o contrario al deber ósea lo bueno y lo malo, por lo que tiene puede juzgar, pero para lograr esto la razón necesita experimentar, analizar, buscar y comprender ciertas leyes convencionales o naturales para poder saber si alguna acción es de buena voluntad. Eso es básicamente lo que Kant escribe en su primer capitulo (o por lo menos lo que entendí).


SEGUNDO CAPITULO- Transito de la filosofía moral popular a la metafísica de las costumbres


Kant dice que todos los conceptos morales tienen su origen en la razón, y ello en la razón humana tanto vulgar como culta, la cual dirige la voluntad de los seres racionales para averiguar el sentido de esos conceptos. En la naturaleza todo actúa según las leyes, solo los seres racionales pueden obrar según las leyes, ósea que posee una voluntad, esta se convierte en razón práctica cuando al derivar las acciones de las leyes se exige la razón.

Kant menciona que la voluntad es considerada con una facultad, que nos dice como obrar conforme a las leyes, pero el fin es lo que sirve a la voluntad de fundamento objetivo de su autodeterminación y este fin debe valer para todos los seres racionales, suponiendo que halla algo que posea un valor absoluto, como el fin( es lo que sirve a la voluntad de fundamento objetivo) en sí mismo, en ello estaría el fundamento de un posible imperativo categórico, es decir, de la ley práctica.

El valor de todas las cosas que pueden obtener los seres racionales por medio de las acciones esta condicionado. El fin en sí mismo, constituye un principio objetivo de la voluntad humana, el cual puede servir como ley práctica universal.

Se puede entender como reino de los fines cuando varios seres racionales están sujetos a la misma ley. Todo ser racional, como fin en sí mismo y siguiendo las leyes a las que esta sometido, debe poder considerarse un legislador universal, porque esa aptitud de sus máximas para la legislación universal lo distingue como fin en sí mismo, eso es lo que entendí masomenos del segundo capitulo.


TERCER CAPITULO- Ultimo paso de la metafísica de las costumbres a la critica de la razón pura practica (el concepto de la libertad es la clave para explicar la autonomía de la voluntad)


Kant nos dice que la palabra libertad es un concepto realmente muy amplio, que se puede atribuir a nuestra voluntad si se tiene razón suficiente para atribuirla a todos los seres racionales, entonces  tiene que ser demostrada la libertad como propiedad de la voluntad de todos los seres racionales.
La libertad de todos los seres racionales debe considerarse libre por sí misma y por ello ha de atribuirse en el sentido practico a todos.

Todo ser racional debe considerarse a sí mismo como inteligencia y como perteneciente al mundo inteligible. Pero el ser racional también pertenece al mundo sensible ya que actúa bajo las leyes naturales y también pertenece al mundo inteligible porque actúa bajo las leyes independientes a la naturaleza( leyes positivas).
La idea de libertad que ha de estar presente en todos los seres racionales, hace de uno perteneciente al mundo inteligible ya que si no todas las acciones estarían siempre con a la autonomía de la voluntad,


http://www.yovanyospina.com/asignaturas/FILOSOFIA%20DE%20LA%20RELIGION/METAFISICA/KANT_METAF%20COSTUM%20LECT.pdf

Idea de una historia universal en sentido cosmopolita

la especie humana tiene un desarrollo lento pero es continuo, siempre continuo nunca para atrás, aunque la voluntad humana paresca ser libre, no lo es siempre esta regida por leyes de la naturaleza que son constantes, la humanidad siempre va para adelante por las acciones de algunos hombres que sin saberlo y sin que ellos quieran siguen la intencion de la naturaleza y pues van cooperando para que la humanidad progrese poco a poco. A los filosofos no les queda de otra mas que tratar de descifrar las leyes de la naturaleza para poder saber hacia donde va la humanidad.

Primer principio

Todas las disposiciones naturales de una criatura estan destinadas a desarrollarse alguna vez de manera completa y adecuada, osea q todas las disposiciones o todo lo q dicte la naturaleza se tiene que cumplir afuerzas aunque no queramos con todo lo q hagamos estamos cumpliendo lo q la naturaleza nos tiene planeado.

Segundo principio

Las disposiciones naturales para los hombres por ser los unicos con uso de la razon se aplica completamente en la especie no en los individuos, la razon es la facultad de ampliar reglas mas alla del instinto natural pero la razon no actua sola, necesita aprender para progresar entonces para que un hombre pudiera usar al 100 todas sus disposiciones naturales tendria que vivir muchoo muchoo tiempo, pero la naturaleza nos dio poco tiempo de vida entoncs lo que pasa esq los conocimientos del humano se van heredando de generacion en generacion.

Tercer principio

El hombre afuerzas revasara su animalidad y se ira superando poco a poco porq la naturaleza tiene un porq para todo no doto unicamente al hombre con la razon asi porq si, tiene un motivo, la animalidad, el instinto no nos llevara a ninguna parte pero la razon sii nos hara progresar y como los conocimientos se van heredando de generacion en generacion el ser humano como especie es inmortal y esta destinado a seguir mejorando y mejorando asta alcanzar la perfeccion, su felicidad que solo disfrutaran las ultimas generaciones sin saber q todas las generaciones anteriores fueron cooperando para lograr esa perfeccion sin que esas generaciones anteriores lo supieran tampoco, se van a rifar.

Cuarto principio

Lo que aplica la naturaleza para que el ser humano progerse y siga progresando es el antagónismo, los humanos siempre han tenido una mmm inclinación a formar sociedades porque haci se sienten menos animales y pues muchas veces en la sociedad los hombres no nos soportamos los unos a los otros y por tratar de ser mejor que el hombre al que no soportamos, vamos progresando poco a poco es como una constante competencia por superar al hombre al que no soportamos, la naturaleza nos hiso egoistas y nos dio hambre de poder si todos nos llevaramos chidos y aca fueramos unos hippies pues no existiria esa competencia y esa competencia es la que nos hace mejorar asi que sin ella creo que seguiríamos en la epoca de las cavernas.

Quinto principio

 El problema mas difícil del humano es el de construir una sociedad civil perfecta y perfectamente justa que administre los derechos de todos y les de a todos la maxima libertad posible antes de que nos comamos, esta es la tarea mas importante y las mas difícil que la naturaleza le a dado a la especie humana.

Sexto principio

El quinto punto es el problema mas difícil de la especie humana y además el problema que mas tardara en resolver, y es tan complicada por esto: el hombre es un animal y cuando convive con otros hombres pues necesitan a alguien q los dirija, un señor porque sin el señor los hombres abusarian de su libertad con respecto a los otros hombres. el hombre como criatura razional pues quiere una ley que limite la libertad de todos los hombres pero todos los hombres son egoistas, digamos que un hombre dirije al resto de los hombres pero ese hombre es egoista y por lo tanto necesita a otro hombre q lo dirija a el que le quebrante su voluntad y que lo oblige a ser como los otros hombres pero este otro hombre a su vez, necesita a otroo hombre porq tambien es egoista.

Septimo principio

Otro problema es el de una constitución civil perfecta entre los estados esta constitución civil perfecta a su vez depende del problema de una legal relacion entre los estados y necesita del ultimo para resolverse, los estados deven armar una union de naciones, a travez de los años a habido guerras y tragedias que el hombre se las puede evitar armando la union de naciones, es masomenos lo mismo de una sociedad civil perfecta solo que aplicado a muchas sociedades.

Octavo principio

El séptimo principio osea la constitución estatal interion y exteriormente perfecta es el plan secreto de la naturaleza.

Noveno principio

 Es raro imaginarnos un ensayo filosoofico acerca del rumbo de la historia pareceria una novela pero es posible y no solo devemos considerarlo como posible sino q los filosofos deven descubrir este plan secreto que nos tiene la naturaleza, si observamos la historia un poco de lejos nos daremos cuenta desde la epoca de los griegos que la historia siempre va, a pesar de todas las guerras y tragedias, en progreso constante.

Historia general de la naturaleza y teoría del cielo/ uno de sus principales tratados

La Historia general de la naturaleza y teoría del cielo (Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels) es una obra de Immanuel Kant, que escribió en 1755 y publicó anónimamente en el mismo año.
El título original completo es: Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels, oder Versuch von der Verfassung und dem mechanischen Ursprunge des ganzen Weltgebäudes nach Newtonischen Grundsätzen abgehandelt, traducible por: «Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, o ensayo sobre la constitución y el origen mecánico de todo el edificio del mundo, tratado según principios |newtonianos».
Para Kant, nuestro sistema solar es una versión en miniatura de los sistemas observables de las llamadas estrellas fijas, como por ejemplo nuestro sistema de la Vía Láctea y otras galaxias. Así, en su opinión, los sistemas solares y las galaxias nacen y desaparecen periódicamente a partir de una protonebulosa, proceso en el que se condensan los planetas separados. Con esta teoría, se acerca a las ideas actuales sobre cosmogonía más que su contemporáneo Pierre-Simon Laplace (1796). De todos modos, a menudo se habla de ambas teorías como una sola, la teoría de Kant-Laplace sobre el origen del sistema solar, también conocida como la teoría de la nebulosa protosolar.
En la tercera parte el libro, «Sobre los habitantes de los astros» («Von den Bewohnern der Gestirne»), Kant desarrolla una teoría de la vida extraterrestre.
1.Introducción  
Crítica de la razón pura, principal obra escrita por el filósofo alemán Immanuel Kant. Fue publicada en 1781 en alemán (título original: Kritik der reinen Vernunft) y fue reeditada (con alguna revisión) en 1787..
2.Objetivo de la obra
Según el propio Kant, el propósito de esta obra era que la filosofia experimentara su propia "revolucion copernicana". Cuestionar la razón como facultad de conocer y tomar conciencia de las limitaciones de la propia filosofía, en tanto que la metafisica quiere acceder a la condición de ciencia, es el propósito que Kant abordó en Crítica de la razón pura. Hasta entonces, en efecto, la metafísica oscilaba entre el empirismo (que no concebía ningún conocimiento fuera de la experiencia) y el racionalismo (que planteaba su objeto en lo absoluto). Kant intentaba eludir esta alternativa, demostrando que si, según David Hume, todo conocimiento supone la dimensión experimental del objeto, ésta implica también una disponibilidad innata en el sujeto. Y, de hecho, Kant se pregunta si es posible hacer de la metafísica una ciencia a semejanza de las matemáticas(donde son probadas demostraciones irrefutables) o de la física (que obtiene leyes que las experiencias confirman). Al examinar dichas ciencias, se observa que en el origen de su progresión se encuentran las proposiciones (o juicios) sintéticas a priori, en virtud de las que la razón presupone sus objetos, incluso en ausencia de éstos: "¿Cómo pueden nacer en nosotros proposiciones que no nos ha enseñado ninguna experiencia?". Ahora bien, si las proposiciones sintéticas son necesarias para las ciencias teóricas, la condición científica de la metafísica depende necesariamente de ellas; se trataría, en efecto, de definir su propio ámbito de investigación. Si éste se caracteriza, pues, por su aprioridad (trascendental) por oposición a la aposterioridad (experimental) de la física, es entonces la facultad de conocer la llamada a comparecer ante su propio tribunal: el instrumento de esta comparecencia es la Crítica, encargada de determinar los límites intrínsecos del "conocimiento de la razón en sí misma" y de trazar "el campo de su correcto uso (...) con una certeza geométrica".
3. La intuición: el espacio y el tiempo
La Crítica de la razón pura comienza, pues, con una teoría de la sensibilidad intuitiva llamada estética trascendental. ¿En qué condiciones accede el ser humano a los datos empíricos? Se observa en este caso que el doble sentido, externo (el espacio) e interno (el tiempo) no supone una representación discursiva o a posteriori; en cambio, hace posible todas nuestras representaciones espaciales o temporales, empíricas o abstractas. De ello se deduce que "todas las cosas que intuimos en el espacio o en el tiempo (...) no son más que fenómenos, es decir, puras representaciones". Puesto que las formas a priori de la sensibilidad, que son el espacio y el tiempo, están en el origen de nuestras percepciones como nuestras concepciones, estas representaciones, para ser sensibles, implican una idealidad que les da una pureza, es decir, su cualidad trascendental. No son ni propiedades de las cosas de las que tendríamos una percepción previamente confusa (que el conocimiento dilucida a posteriori), ni conceptos formados por abstracción: son intuiciones puras que, por el contrario, fundamentan a la vez construcciones de conceptos (por ejemplo matemáticos) y su verificación o aplicación en física. En resumen, hay un conocimiento (formal o sine qua non) que precede a toda impresión empírica como todo conocimiento objetivo. Por ello, el fenómeno no es ni la percepción inmediata de un objeto, ni su concepción a posteriori. En consecuencia, en el proceso cognoscitivo son los objetos los que se determinan en el sujeto y no al contrario, puesto que el sentimiento del tiempo y del espacio, a la vez receptivo (empírico) y susceptivo (trascendental), como facultad en principio estética, precede a toda verificación, empírica o científica.
Las Categorías
De estas formas a priori u originarias y subjetivas, se puede proceder a la doble deducción trascendental de las formas a priori del entendimiento, llamadas categorías. Este es el cometido de la analítica de los conceptos, que se pregunta acerca de la posibilidad de los juicios. La facultad de juzgar (el entendimiento) subsume lo diverso representado en la intuición gracias a los conceptos puros o a priori, es decir, funciones que permiten sintetizar los datos sensibles o unificarlos en objetos susceptibles de ser conocidos. A partir de su conceptualización, Kant enumera una serie de categorías donde los juicios son clasificados según la cantidad (juicios universales, particulares o singulares), la cualidad (juicios afirmativos, negativos o infinitos), la relación (juicios categóricos, hipotéticos o disyuntivos) y la modalidad (juicios problemáticos, asertóricos o apodícticos); estas formas lógicas dependen respectivamente de las siguientes categorías: unidad, pluralidad, totalidad (relativas a la cantidad); realidad, negación, limitación (relativas a la cualidad); sustancia-y-accidente, causa-y-efecto, reciprocidad (relativas a la relación); y posibilidad, existencia y necesidad (relativas a la modalidad). Por otro lado, toda experiencia supone "la unidad sintética de lo diverso en la apercepción", o sea, un orden que las categorías garantizan: ese es el objeto de la segunda deducción trascendental. Ahora bien, esta unidad no es otra que el sujeto del cogito. Éste no se plantea unilateralmente: si el sujeto cartesiano es reflexivo, el kantiano es igualmente transitivo. Ni intuición, ni concepto, la unidad del "yo" es, además, la posibilidad o el poder originario de la consciencia de oponerse a un objetivo cualquiera antes de experimentar los objetos tal como son. Esta predisposición a anticiparlos es llamada apercepción trascendental. Además de las intuiciones, el sujeto conocedor dispone, pues, de los conceptos como herramientas de unión entre aquéllas y las categorías: por tanto, conocer no es más que aplicar el concepto (a priori vacío) en la materia de la intuición (a priori ciega).
4. El entendimiento y los conceptos  
Tras haber delimitado el campo pasivo de la receptividad, queda pues averiguar los recursos activos de que dispone el entendimiento. O lo que es lo mismo, analizar cuáles son las condiciones que todo conocimiento objetivo requiere. Esta cuestión implica estudiar las reglas a las que el entendimiento debe someterse para usar conceptos acertadamente. Sin embargo, la facultad de juzgar es esa instancia de jurisdicción, es decir de subsunción de los datos (empíricos) a los conceptos generales (entendimiento), como trata de demostrar la Analítica de los principios. Por un lado, los datos sensibles, y por otro, el concepto puro del entendimiento: se pasará de un término al otro de esta polarización del campo delimitado por la estética trascendental, gracias al término medio que es el esquema trascendental: "esta representación intermediaria ha de ser pura (sin ningún elemento empírico), y sin embargo es necesario que sea, por un lado intelectual y, por el otro, sensible" escribía Kant. El esquematismo es la transposición sensible (pero no empírica) de los conceptos (no determinados) que originariamente se efectúa en la imaginación. Así, el concepto de "perro", antes de ser la experiencia actual del susodicho animal o la enumeración de sus caracteres propios, significa primeramente "una regla según la cual mi imaginación puede experimentar, en general, la figura de un cuadrúpedo"; en resumen, es una imagen (un esquema) al que el concepto se refiere inmediatamente: ésta no es ni reducible al contenido concreto  de una intuición, ni a la pura y simple reproducción mental de un objeto cualquiera. Esta (pre) visión, anterior a toda experiencia, tiene por origen, según Kant, el tiempo, como "imagen pura (...) de todos los sentidos en general".
Sigue así un sistema de principios que establece que las condiciones de la experiencia son igualmente las condiciones a priori de los objetos (físicos) de la experiencia; se articula como sigue: 1) los axiomas de la intuición, en virtud de los cuales todo fenómeno comporta una magnitud espacio-temporal extensiva; 2) según la intención, las anticipaciones de la percepción suponen obligatoriamente "un grado de influencia sobre los sentidos" o contenido material de toda percepción futura; 3) analogías de la experiencia, que regulan las uniones entre los fenómenos, ya que todo fenómeno es, según la permanencia, la sucesión o la simultaneidad, relativa al tiempo; esta relatividad supone el principio de la sustancia que hace posible la diferencia entre sucesión y simultaneidad; además, si el principio de causalidad explica la sucesión, entonces la reciprocidad (o reversibilidad de la causa y del efecto) implica la simultaneidad; 4) por último, los postulados del pensamiento empírico en general, que son lo posible (satisfaciendo a las "condiciones formales de la experiencia"), lo real (satisfaciendo a las "condiciones materiales" de la experiencia) y lo necesario (satisfaciendo a las "condiciones generales de la experiencia"). Para aumentar la modalidad, se observa que estos postulados no intervienen más que indirectamente en la constitución de un objeto de conocimiento: relacionan los objetos dados a nuestras facultades. Estos principios que fundamentan la experiencia de un objeto, concluye Kant, son las leyes universales de la naturaleza. Acotan el campo de la experiencia posible, fuera del cual ningún conocimiento objetivo es posible, ya que excede nuestro poder cognoscitivo. El entendimiento no se ocupa, pues, más que de los fenómenos, sean las cosas tal como nos parecen y no tal como son. Fuera de la esfera fenomenal las cosas residen en sí, inaccesibles de hecho a la experiencia. Por este motivo los poderes de la propia razón están limitados, porque "nuestro conocimiento proviene de dos fuentes fundamentales (...): la receptividad de las impresiones y la espontaneidad de los conceptos".
Las ilusiones de la razón:
La dialéctica trascendental extrae así las consecuencias que se pretendían investigar. La razón, constata Kant, aunque condicionada, no puede evitar razonar o especular sobre una última condición que daría razón, por así decirlo, de su condición, proyectándose espontáneamente en el mundo de las ideas suprasensibles. Este paso al límite, que excede el campo definido por la estética, así como los poderes del entendimiento, es una ilusión natural propia de la razón misma. De ahí el título de ilusiones trascendentales que Kant da a las ideas, por oposición a los conceptos. Sobreestimadas en su valor y en el papel que se pretende que desempeñen, así le aparecen las ideas del alma (fruto en psicología de paralogismos), del mundo (fruto en cosmología de antinomias) y de Dios (fruto en teología del ideal de la razón); en cuanto a esto, las ideas no tienen más que una "apariencia dialéctica", porque suponen un objeto sin predicado, una totalidad sin partes y una causa sin efecto. O, dicho de otro modo, datos de los que no se puede tener ninguna experiencia concreta. Ahora bien, estas ideas trascendentes salen en realidad, y respectivamente, de la inmanencia de una triple "unidad absoluta": las del "sujeto pensante", de la "serie de condiciones del fenómeno" y de la "condición de todos los objetos del pensamiento en general". Se puede, ciertamente, probar la existencia de Dios, argumentando pruebas ontológicamente (ideas), cosmológicamente (ser supremo) o físico-teológicamente (fin de fines) determinadas; pero supone descender del orden nounomenal (el de las cosas en sí) al orden fenomenal (el de los objetos posibles). En prueba de lo cual, toda objeción equivaldría a una demostración, y viceversa. La metafísica no puede pues dar lugar a un saber objetivo más que limitándose al uso prescrito por los objetos posibles de la experiencia. No obstante, concluye Kant, estas conjeturas no son sin embargo más que la expresión de un noble ideal.
La abrogación del saber:
Por último, resta prevenir acerca de los usos abusivos de la razón determinando las "condiciones formales de un sistema completo de la razón pura" en una teoría trascendental del método. Ello implica una disciplina y un canon. Respectivamente, el ser humano debe abstenerse de imitar, en filosofía, el método matemático que desemboca en el dogmatismo, que induce a la polémica y al escepticismo metódico también cuestionados. Que se proceda por hipótesis o que se administren pruebas, la crítica pide que se les remita siempre al campo de la razón, a una moral que supone tres postulados: la libertad de la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Es así como, escribe Kant, "todo interés de mi razón (especulativa como práctica) está contenida en estas tres preguntas: ¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me está permitido esperar?" Estas preguntas, a las que la Crítica de la razón pura no responde más que a través de hipótesis decisivas, abren desde este momento el campo a una investigación respecto a la credibilidad de la razón: "he tenido que abrogar el saber para hacer un sitio a la fe" concluye Kant, antes de empezar la Crítica de la razón práctica (1788), que anuncia esta profesión de fe.
Éste es el resultado de la amplia investigación crítica emprendida por Kant con respecto a la metafísica, con el doble título de "disposición natural" y de "ciencia". En el fondo, se trataba nada menos que de descubrir, "bajo la mirada crítica de una razón más elevada que ella, el punto de error de la propia razón". La razón, en efecto, tiene pasiones que la dogmática ignora. Así es como Kant elaboró como crítica una metafísica de la metafísica, según la cual la razón no podría dar razón de sí misma, más que con la condición de permanecer en todo momento susceptible de fijar sus condiciones, sus objetos y sus límites intrínsecos.
(1724-1804), filósofo alemán, considerado por muchos como el pensador más influyente de la era moderna.
En 1798, ya retirado de la docencia universitaria, publicó un epítome en el que expresaba el conjunto de sus ideas en materia religiosa. Falleció el 12 de febrero de 1804 en Königsber
Pensamiento Y Obra :

La piedra angular de la filosofía kantiana (en ocasiones denominada "filosofía crítica") está recogida en una de sus principales obras, Crítica de la razón pura (1781), en la que examinó las bases del conocimiento humano y creó una epistemología individual. Al igual que los primeros filósofos, Kant diferenciaba los modos de pensar en proposiciones analíticas y sintéticas. Una proposición analítica es aquella en la que el predicado está contenido en el sujeto, como en la afirmación "las casas negras son casas". La verdad de este tipo de proposiciones es evidente, porque afirmar lo contrario supondría plantear una proposición contradictoria. Tales proposiciones son llamadas analíticas porque la verdad se descubre por el análisis del concepto en sí mismo. Las proposiciones sintéticas, en cambio, son aquellas a las que no se puede llegar por análisis puro, como en la expresión "la casa es negra". Todas las proposiciones comunes que resultan de la experiencia del mundo son sintéticas.
Las proposiciones, según Kant, pueden ser divididas también en otros dos tipos: empíricas (o a posteriori) y a priori. Las proposiciones empíricas dependen tan sólo de la percepción, pero las proposiciones a priori tienen una validez esencial y no se basan en tal percepción. La diferencia entre estos dos tipos de proposiciones puede ser ilustrada por la empírica "la casa es negra" y la a priori "dos más dos son cuatro". La tesis sostenida por Kant en la Crítica de la razón pura consiste en que resulta posible formular juicios sintéticos a priori. Esta posición filosófica es conocida como transcendentalismo. Al explicar cómo es posible este tipo de juicios, consideraba los objetos del mundo material como incognoscibles en esencia; desde el punto de vista de la razón, sirven tan sólo como materia pura a partir de la cual se nutren las sensaciones. Los objetos, en sí mismos, no tienen existencia, y el espacio y el tiempo pertenecen a la realidad sólo como parte de la mente, como intuiciones con las que las percepciones son medidas y valoradas.
Además de estas intuiciones, afirmó que también existen un número de conceptos a priori, llamados categorías. Dividió éstas en cuatro grupos: las relativas a la cantidad (que son unidad, pluralidad y totalidad), las relacionadas con la cualidad (que son realidad, negación y limitación), las que conciernen a la relación (que son sustancia-y-accidente, causa-y-efecto y reciprocidad) y las que tienen que ver con la modalidad (que son posibilidad, existencia y necesidad). Las intuiciones y las categorías se pueden emplear para hacer juicios sobre experiencias y percepciones pero, según Kant, no pueden aplicarse sobre ideas abstractas o conceptos cruciales como libertad y existencia sin que lleven a inconsecuencias en la forma de binomios de proposiciones contradictorias, o antinomias, en las que ambos elementos de cada par pueden ser probados como verdad.
En la Metafísica de las costumbres (1797) Kant describió su sistema ético, basado en la idea de que la razón es la autoridad última de la moral. Afirmaba que los actos de cualquier clase han de ser emprendidos desde un sentido del deber que dicte la razón, y que ningún acto realizado por conveniencia o sólo por obediencia a la leyo costumbre puede considerarse como moral. Describió dos tipos de órdenes dadas por la razón: el imperativo hipotético, que dispone un curso dado de acción para lograr un fin específico; y el imperativo categórico, que dicta una trayectoria de actuación que debe ser seguida por su exactitud y necesidad. El imperativo categórico es la base de la moral y fue resumido por Kant en estas palabras claves: "Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza".
Las ideas éticas de Kant son el resultado lógico de su creencia en la libertad fundamental del individuo, como manifestó en su Crítica de la razón práctica (1788). No consideraba esta libertad como la libertad no sometida a las leyes, como en la anarquía, sino más bien como la libertad del gobierno de sí mismo, la libertad para obedecer en conciencia las leyes del Universo como se revelan por la razón. Creía que el bienestar de cada individuo sería considerado, en sentido estricto, como un fin en sí mismo y que el mundo progresaba hacia una sociedad ideal donde la razón "obligaría a todo legislador a crear sus leyes de tal manera que pudieran haber nacido de la voluntad única de un pueblo entero, y a considerar todo sujeto, en la medida en que desea ser un ciudadano, partiendo del principio de si ha estado de acuerdo con esta voluntad".
Su pensamiento político quedó patente en La paz perpetua (1795), ensayo en el que abogaba por el establecimiento de una federación mundial de estados republicanos. Además de sus trabajos sobre filosofía, escribió numerosos tratados sobre diversas materias científicas, sobre todo en el área de la geografía física. Su obra más importante en este campo fue Historia universal de la naturaleza y teoría del cielo (1755), en la que anticipaba la hipótesis (más tarde desarrollada por Laplace) de la formación del Universo a partir de una nebulosa originaria. Entre su abundante producción escrita también sobresalen Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia (más conocida por el nombre de Prolegómenos, 1783), Principios metafísicos de la ciencia natural (1786), Crítica del juicio (1790) y La religión dentro de los límites de la mera razón (1793).
Influencia:
La filosofía kantiana, y en especial tal y como fue desarrollada por el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, estableció los cimientos sobre los que se edificó la estructura básica del pensamiento de Karl Marx. El método dialéctico, utilizado tanto por Hegel como por Marx, no fue sino el desarrollo del método de razonamiento articulado por antinomias aplicado por Kant. El filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte, alumno suyo, rechazó la división del mundo hecha por su maestro en partes objetivas y subjetivas, y elaboró una filosofía idealista que también influyó de una forma notable en los socialistas del siglo XIX. Uno de los sucesores de Kant en la Universidad de Königsberg, Johann Friedrich Herbart, incorporó algunas de las ideas kantianas a sus sistemas de pedagogía.

De Immanuel Kant.
Sección Primera
SECCION PRIMERA que contiene los artículos preliminares para la paz perpetua entre los Estados
«No debe considerarse válido ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro.»
Se trataría, en ese caso, simplemente de un mero armisticio, un aplazamiento de las hostilidades, no de la paz, que significa el fin de todas las hostilidades. La añadidura del calificativo eterna es un pleonasmo sospechoso. Las causas existentes para una guerra en el futuro, aunque quizá ahora no conocidas ni siquiera para los negociadores, se destruyen en su conjunto por el tratado de paz, por mucho que pudieran aparecer en una penetrante investigación de los documentos de archivo. —La reserva (reservatio mentalis) sobre viejas pretensiones a las que, por el momento, ninguna de las partes hace mención porque están demasiado agotadas para proseguir la guerra, con la perversa intención de aprovechar la primera oportunidad en el futuro para este fin, pertenece a la casuística jesuítica y no se corresponde con la dignidad de los gobernantes así como tampoco se corresponde con la dignidad de un ministro la complacencia en semejantes cálculos, si se juzga el asunto tal como es en sí mismo.
Si, en cambio, se sitúa el verdadero honor del Estado, como hace la concepción ilustrada de la prudencia política, en el continuo incremento del poder sin importar los medios, aquella valoración parecerá pedante y escolar.
«Ningún Estado independiente (grande o pequeño, lo mismo da) podrá ser adquirido por otro mediante herencia, permuta, compra o donación.»
Un Estado no es un patrimonio (patrimonium) (como el suelo sobre el que tiene su sede). Es una sociedad de hombres sobre la que nadie más que ella misma tiene que mandar y disponer. Injertarlo en otro Estado, a él que como un tronco tiene sus propias raíces, significa eliminar su existencia como persona moral y convertirlo en una cosa, contradiciendo, por tanto, la idea del contrato originario sin el que no puede pensarse ningún derecho sobre un pueblo. Todo el mundo conoce a qué peligros ha conducido a Europa, hasta los tiempos más recientes, este prejuicio sobre el modo de adquisición, pues las otras partes del mundo no lo han conocido nunca, de poder, incluso, contraerse matrimonios entre Estados; este modo de adquisición es, en parte, un nuevo instrumento para aumentar la potencia sin gastos de fuerzas mediante pactos de familia, y, en parte, sirve para ampliar, por esta vía, las posesiones territoriales. —Hay que contar también el alquiler de tropas a otro Estado contra un enemigo no común, pues en este caso se usa y abusa de los súbditos a capricho, como si fueran cosas.
«Los ejércitos permanentes (miles perpetus) deben desaparecer totalmente con el tiempo.»
Pues suponen una amenaza de guerra para otros Estados con su disposición a aparecer siempre preparados para ella. Estos Estados se estimulan mutuamente a superarse dentro de un conjunto que aumenta sin cesar y, al resultar finalmente más opresiva la paz que una guerra corta, por los gastos generados por el armamento, se convierten ellos mismos en la causa de guerras ofensivas, al objeto de liberarse de esta carga; añádese a esto que ser tomados a cambio de dinero para matar o ser muertos parece implicar un abuso de los hombres como meras máquinas e instrumentos en manos de otro (del Estado); este uso no se armoniza bien con el derecho de la humanidad en nuestra propia persona. Otra cosa muy distinta es defenderse y defender a la patria de los ataques del exterior con las prácticas militares voluntarias de los ciudadanos, realizadas periódicamente. —Lo mismo ocurriría con la formación de un tesoro, pues, considerado por los demás Estados como una amenaza de guerra, les forzaría a un ataque adelantado si no se opusiera a ello la dificultad de calcular su magnitud (porque de los tres poderes, el militar, el de alianzas y el del dinero, este último podría ser ciertamente el medio más seguro de guerra).
«No debe emitirse deuda pública en relación con los asuntos de política exterior
Esta fuente de financiación no es sospechosa para buscar, dentro o fuera del Estado, un fomento de la economía (mejora de los caminos, nuevas colonizaciones creación de depósitos para los años malos, etc.). Pero un sistema de crédito, como instrumento en manos de las potencias para sus relaciones recíprocas, puede crecer indefinidamente y resulta siempre un poder financiero para exigir en el momento presente (pues seguramente no todos los acreedores lo harán a la vez) las deudas garantizadas (la ingeniosa invención de un pueblo de comerciantes en este siglo); es decir, es un tesoro para la guerra que supera a los tesoros de todos los demás Estados en conjunto y que sólo puede agotarse por la caída de los precios (que se mantendrán, sin embargo, largo tiempo gracias a la revitalización del comercio por los efectos que éste tiene sobre la industria y la riqueza). Esta facilidad para hacer la guerra unida a la tendencia de los detentadores del poder, que parece estar ínsita en la naturaleza humana, es, por tanto, un gran obstáculo para la paz perpetua; para prohibir esto debía existir, con mayor razón, un artículo preliminar, porque al final la inevitable bancarrota del Estado implicará a algunos otros Estados sin culpa, lo que constituiría una lesión pública de estos últimos. En ese caso, otros Estados, al menos, tienen derecho a aliarse contra semejante Estado y sus pretensiones.
«Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y gobierno de otro.»
Pues, ¿qué le daría derecho a ello?, ¿quizá el escándalo que dé a los súbditos de otro Estado? Pero este escándalo puede servir más bien de advertencia, al mostrar la gran desgracia que un pueblo se ha atraído sobre por sí por vivir sin leyes; además el mal ejemplo que una persona libre da a otra no es en absoluto ninguna lesión (como scandalum acceptum). Sin embargo, no resulta aplicable al caso de que un Estado se divida en dos partes a consecuencia de disensiones internas y cada una de las partes represente un Estado particular con la pretensión de ser el todo; que un tercer Estado preste entonces ayuda a una de las partes no podría ser considerado como injerencia en la constitución de otro Estado (pues sólo existe anarquía). Sin embargo, mientras esta lucha interna no se haya decidido, la injerencia de potencias extranjeras sería una violación de los derechos de un pueblo independiente que combate una enfermedad interna; sería, incluso, un escándalo y pondría en peligro la autonomía de todos los Estados.
«Ningún Estado en guerra con otro debe permitirse tales hostilidades que hagan imposible la confianza mutua en la paz futura, como el empleo  en el otro Estado de asesinos (percussores), envenenadores (venefici), el quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la traición (perduellio), etc.»
Estas son estratagemas deshonrosas, pues aun en plena guerra ha de existir alguna confianza en la mentalidad del enemigo, ya que de lo contrario no se podría acordar nunca la paz y las hostilidades se desviarían hacia una guerra de exterminio (bellum internecinum); la guerra es, ciertamente, el medio tristemente necesario en el estado de naturaleza para afirmar el derecho por la fuerza (estado de naturaleza donde no existe ningún tribunal de justicia que pueda juzgar con la fuerza del derecho); en la guerra ninguna de las dos partes puede ser declarada enemigo injusto (porque esto presupone ya una sentencia judicial) sino que el resultado entre ambas partes decide de qué lado está el derecho (igual que ante los llamados juicios de Dios); no puede concebirse, por el contrario, una guerra de castigo entre Estados (bellum punitivum) (pues no se da entre ellos la relación de un superior a un inferior). De todo esto se sigue que una guerra de exterminio, en la que puede producirse la desaparición de ambas partes y, por tanto, de todo el derecho, sólo posibilitaría la paz perpetua sobre el gran cementerio de la especie humana y por consiguiente no puede permitirse ni una guerra semejante ni el uso de los medios conducentes a ella. Que los citados medios conducen inevitablemente a ella se desprende de que esas artes infernales, por sí mismas viles, cuando se utilizan no se mantienen por mucho tiempo dentro de los límites de la guerra sino que se trasladan también a la situación de paz, como ocurre, por ejemplo, en el empleo de espías (uti exploratoribus), en donde se aprovecha la indignidad de otros (la cual no puede eliminarse de golpe); de esta manera se destruiría por completo la voluntad de paz.
Aunque todas las leyes citadas son leyes prohibitivas (leges prohibitivae) objetivamente, es decir, en la intención de los que detentan el poder, hay algunas que tienen una eficacia rígida, sin consideración de las circunstancias, que obligan inmediatamente a un no hacer (leges strictae, como los números 1, 5, 6), mientras que otras (como los números 2, 3, 4), sin ser excepciones a la norma jurídica, pero tomando en cuenta las circunstancias al ser aplicadas, ampliando subjetivamente la capacidad, contienen una autorización para aplazar la ejecución de la norma sin perder de vista el fin, que permite, por ejemplo, la demora en la restitución de ciertos Estados después de perdida la libertad del número 2, no ad calendas graecas (como solía prometer Augusto), lo que supondría su no realización, sino sólo para que la restitución no se haga de manera apresurada y de manera contraria a la propia intención. La prohibición afecta, en este caso, sólo al modo de adquisición, que no debe valer en lo sucesivo, pero no afecta a la posesión que, si bien no tiene el título jurídico necesario, sí fue considerada como conforme a derecho por la opinión pública de todos los Estados en su tiempo (en el de la adquisición putativa).
Fuente: Kant, Immanuel. La paz perpetua.

7. Bibliografía
De Immanuel Kant.
Sección Primera
SECCION PRIMERA que contiene los artículos preliminares para la paz perpetua entre los Estados
«No debe considerarse válido ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro.»
Se trataría, en ese caso, simplemente de un mero armisticio, un aplazamiento de las hostilidades, no de la paz, que significa el fin de todas las hostilidades. La añadidura del calificativo eterna es un pleonasmo sospechoso. Las causas existentes para una guerra en el futuro, aunque quizá ahora no conocidas ni siquiera para los negociadores, se destruyen en su conjunto por el tratado de paz, por mucho que pudieran aparecer en una penetrante investigación de los documentos de archivo. —La reserva (reservatio mentalis) sobre viejas pretensiones a las que, por el momento, ninguna de las partes hace mención porque están demasiado agotadas para proseguir la guerra, con la perversa intención de aprovechar la primera oportunidad en el futuro para este fin, pertenece a la casuística jesuítica y no se corresponde con la dignidad de los gobernantes así como tampoco se corresponde con la dignidad de un ministro la complacencia en semejantes cálculos, si se juzga el asunto tal como es en sí mismo.
Si, en cambio, se sitúa el verdadero honor del Estado, como hace la concepción ilustrada de la prudencia política, en el continuo incremento del poder sin importar los medios, aquella valoración parecerá pedante y escolar.
«Ningún Estado independiente (grande o pequeño, lo mismo da) podrá ser adquirido por otro mediante herencia, permuta, compra o donación.»
Un Estado no es un patrimonio (patrimonium) (como el suelo sobre el que tiene su sede). Es una sociedad de hombres sobre la que nadie más que ella misma tiene que mandar y disponer. Injertarlo en otro Estado, a él que como un tronco tiene sus propias raíces, significa eliminar su existencia como persona moral y convertirlo en una cosa, contradiciendo, por tanto, la idea del contrato originario sin el que no puede pensarse ningún derecho sobre un pueblo. Todo el mundo conoce a qué peligros ha conducido a Europa, hasta los tiempos más recientes, este prejuicio sobre el modo de adquisición, pues las otras partes del mundo no lo han conocido nunca, de poder, incluso, contraerse matrimonios entre Estados; este modo de adquisición es, en parte, un nuevo instrumento para aumentar la potencia sin gastos de fuerzas mediante pactos de familia, y, en parte, sirve para ampliar, por esta vía, las posesiones territoriales. —Hay que contar también el alquiler de tropas a otro Estado contra un enemigo no común, pues en este caso se usa y abusa de los súbditos a capricho, como si fueran cosas.
«Los ejércitos permanentes (miles perpetus) deben desaparecer totalmente con el tiempo.»
Pues suponen una amenaza de guerra para otros Estados con su disposición a aparecer siempre preparados para ella. Estos Estados se estimulan mutuamente a superarse dentro de un conjunto que aumenta sin cesar y, al resultar finalmente más opresiva la paz que una guerra corta, por los gastos generados por el armamento, se convierten ellos mismos en la causa de guerras ofensivas, al objeto de liberarse de esta carga; añádese a esto que ser tomados a cambio de dinero para matar o ser muertos parece implicar un abuso de los hombres como meras máquinas e instrumentos en manos de otro (del Estado); este uso no se armoniza bien con el derecho de la humanidad en nuestra propia persona. Otra cosa muy distinta es defenderse y defender a la patria de los ataques del exterior con las prácticas militares voluntarias de los ciudadanos, realizadas periódicamente. —Lo mismo ocurriría con la formación de un tesoro, pues, considerado por los demás Estados como una amenaza de guerra, les forzaría a un ataque adelantado si no se opusiera a ello la dificultad de calcular su magnitud (porque de los tres poderes, el militar, el de alianzas y el del dinero, este último podría ser ciertamente el medio más seguro de guerra).
«No debe emitirse deuda pública en relación con los asuntos de política exterior
Esta fuente de financiación no es sospechosa para buscar, dentro o fuera del Estado, un fomento de la economía (mejora de los caminos, nuevas colonizaciones creación de depósitos para los años malos, etc.). Pero un sistema de crédito, como instrumento en manos de las potencias para sus relaciones recíprocas, puede crecer indefinidamente y resulta siempre un poder financiero para exigir en el momento presente (pues seguramente no todos los acreedores lo harán a la vez) las deudas garantizadas (la ingeniosa invención de un pueblo de comerciantes en este siglo); es decir, es un tesoro para la guerra que supera a los tesoros de todos los demás Estados en conjunto y que sólo puede agotarse por la caída de los precios (que se mantendrán, sin embargo, largo tiempo gracias a la revitalización del comercio por los efectos que éste tiene sobre la industria y la riqueza). Esta facilidad para hacer la guerra unida a la tendencia de los detentadores del poder, que parece estar ínsita en la naturaleza humana, es, por tanto, un gran obstáculo para la paz perpetua; para prohibir esto debía existir, con mayor razón, un artículo preliminar, porque al final la inevitable bancarrota del Estado implicará a algunos otros Estados sin culpa, lo que constituiría una lesión pública de estos últimos. En ese caso, otros Estados, al menos, tienen derecho a aliarse contra semejante Estado y sus pretensiones.
«Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y gobierno de otro.»
Pues, ¿qué le daría derecho a ello?, ¿quizá el escándalo que dé a los súbditos de otro Estado? Pero este escándalo puede servir más bien de advertencia, al mostrar la gran desgracia que un pueblo se ha atraído sobre por sí por vivir sin leyes; además el mal ejemplo que una persona libre da a otra no es en absoluto ninguna lesión (como scandalum acceptum). Sin embargo, no resulta aplicable al caso de que un Estado se divida en dos partes a consecuencia de disensiones internas y cada una de las partes represente un Estado particular con la pretensión de ser el todo; que un tercer Estado preste entonces ayuda a una de las partes no podría ser considerado como injerencia en la constitución de otro Estado (pues sólo existe anarquía). Sin embargo, mientras esta lucha interna no se haya decidido, la injerencia de potencias extranjeras sería una violación de los derechos de un pueblo independiente que combate una enfermedad interna; sería, incluso, un escándalo y pondría en peligro la autonomía de todos los Estados.
«Ningún Estado en guerra con otro debe permitirse tales hostilidades que hagan imposible la confianza mutua en la paz futura, como el empleo en el otro Estado de asesinos (percussores), envenenadores (venefici), el quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la traición (perduellio), etc.»
Estas son estratagemas deshonrosas, pues aun en plena guerra ha de existir alguna confianza en la mentalidad del enemigo, ya que de lo contrario no se podría acordar nunca la paz y las hostilidades se desviarían hacia una guerra de exterminio (bellum internecinum); la guerra es, ciertamente, el medio tristemente necesario en el estado de naturaleza para afirmar el derecho por la fuerza (estado de naturaleza donde no existe ningún tribunal de justicia que pueda juzgar con la fuerza del derecho); en la guerra ninguna de las dos partes puede ser declarada enemigo injusto (porque esto presupone ya una sentencia judicial) sino que el resultado entre ambas partes decide de qué lado está el derecho (igual que ante los llamados juicios de Dios); no puede concebirse, por el contrario, una guerra de castigo entre Estados (bellum punitivum) (pues no se da entre ellos la relación de un superior a un inferior). De todo esto se sigue que una guerra de exterminio, en la que puede producirse la desaparición de ambas partes y, por tanto, de todo el derecho, sólo posibilitaría la paz perpetua sobre el gran cementerio de la especie humana y por consiguiente no puede permitirse ni una guerra semejante ni el uso de los medios conducentes a ella. Que los citados medios conducen inevitablemente a ella se desprende de que esas artes infernales, por sí mismas viles, cuando se utilizan no se mantienen por mucho tiempo dentro de los límites de la guerra sino que se trasladan también a la situación de paz, como ocurre, por ejemplo, en el empleo de espías (uti exploratoribus), en donde se aprovecha la indignidad de otros (la cual no puede eliminarse de golpe); de esta manera se destruiría por completo la voluntad de paz.
Aunque todas las leyes citadas son leyes prohibitivas (leges prohibitivae) objetivamente, es decir, en la intención de los que detentan el poder, hay algunas que tienen una eficacia rígida, sin consideración de las circunstancias, que obligan inmediatamente a un no hacer (leges strictae, como los números 1, 5, 6), mientras que otras (como los números 2, 3, 4), sin ser excepciones a la norma jurídica, pero tomando en cuenta las circunstancias al ser aplicadas, ampliando subjetivamente la capacidad, contienen una autorización para aplazar la ejecución de la norma sin perder de vista el fin, que permite, por ejemplo, la demora en la restitución de ciertos Estados después de perdida la libertad del número 2, no ad calendas graecas (como solía prometer Augusto), lo que supondría su no realización, sino sólo para que la restitución no se haga de manera apresurada y de manera contraria a la propia intención. La prohibición afecta, en este caso, sólo al modo de adquisición, que no debe valer en lo sucesivo, pero no afecta a la posesión que, si bien no tiene el título jurídico necesario, sí fue considerada como conforme a derecho por la opinión pública de todos los Estados en su tiempo (en el de la adquisición putativa).
Fuente: Kant, Immanuel. La paz perpetua.

Obras de kant

Se suele dividir la obra de Kant en dos períodos: el precrítico y el crítico. El primero de ellos abarcaría toda la actividad filosófica kantiana hasta la "Disertación" de 1770, y el segundo su actividad filosófica posterior, en el que desarrolla su pensamiento en una dirección distinta, cuyas líneas fundamentales expone en la "Crítica de la razón pura". Algunos estudiosos de Kant, no obstante, distinguen dos fases en el periodo precrítico: la primera, hasta 1755, según unos, o 1760, según otros, en la que predominaría en Kant el interés por la física y las ciencias en general; la segunda, hasta 1770, coincidiendo con su actividad como Privatdozent en la Universidad de Königsberg, dominada por preocupaciones metafísicas.

Período precrítico

1747 "Pensamientos sobre el verdadero valor de las fuerzas vivas"
1755 "De igne" ("Sobre el fuego", presentada como tesis doctoral)
1755 "Historia natural general y teoría del cielo"
1755 "Nueva dilucidación de los primeros principios del conocimiento metafísico"
1762 "La falsa sutileza de las cuatro figuras silogísticas"
1762 "El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios"
1764 "Investigación acerca de la distinción de los principios de la teología natural y de la moral"
1764 "Observaciones acerca del sentimiento de lo hermoso y lo sublime"
1766 "Sueños de un visionario, comentados por los sueños de la metafísica"
1770 "De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis" ("Sobre la forma y principios del mundo sensible e inteligible") más conocida como la Disertación de 1770.

Período crítico


1781 "Crítica de la razón pura" 1783 "Prolegómenos a toda metafísica futura"
1784 "Ideas para una historia universal en clave cosmopolita"
1784 "¿Qué es la Ilustración?"
1785 "Fundamentación de la metafísica de las costumbres"
1785 "Sobre los volcanes de la luna"
1786 "Primeros principios metafísicos de la ciencia natural"
1786 "Fundamentos metafísicos iniciales de la cosmología"
1787 Segunda edición de la "Crítica de la razón pura"
1788 "Crítica de la razón práctica"
1790 "Crítica de la facultad de juzgar"
1791 "Sobre el fracaso de todos los intentos filosóficos en teología"
1793 "La religión dentro de los límites de la mera razón"
1793 "En torno al tópico: tal vez eso sea correcto en teoría, pero no sirve para la práctica"
1795 "Hacia la paz perpetua"
1797 "La metafísica las costumbres"
1797 "El conflicto de las facultades"
1798 "Antropología desde el punto de vista pragmático"

pequeña informacion de kant.

immaniel kant fue un docente privado.
de mil setecientos setenta a mil setecientos ochenta y uno, fueron once años que transcurrieron en los cuales kant deja de dar clases y deja de escribir. en mil setecientos ochenta y uno regrasa con el texto "la critica de la razon pura".
el nos decia que "del mundo no conocemos, si no lo que ponemos en el mundo".

el se pregunto ¿que tanto se puede conocer?, y llego a dos puntos importantes los cuales los clasifico como
empiristas, que se podria decir que no es lo necesario ni verdadero (la razón se construye atraves de la experiencia); y racionalistas que  se dice  que es todo lo que sabmos as atreaves de la razón. y con esto se llega  a un texto que aclara este debate; etica de la razón pura.

kant nos dice que " hasta ahorita nos hemos preguntado cómo es el mundo"
pero  tambien nos dice que lo que nos interesa es lo que podemos conocer...
(el conocimiento d ela razon pura es igual a fislosofia para kant (verdadero y necesario)).
kant nos pregunta ¿cuales son los limites de la razon pura?
y el mismo nos contesta o nos hace ver que nosotros mismos somos quien ponemos los limites; nos dice,lo que puedes conocer del mundo es lo que tú pusiste ahi, en el.
y esto que dice del conocer lo cataloga en dos generos fenomenos y nomenos.
fenomenos, lo que se nos presenta y los nomenos cosa en si misma, esencia del objeto. Y con esto kant nos dice que solo podemos conocer los fenomenos.

viernes, 29 de octubre de 2010

La capacidad que tenemos de pensar los objetos dados por la sensibilidad se
llama entendimiento. Hebraicamente para tener plenitud de las cosas y saber lo
que en realidad es, se debe racionalizar y percibir, volver a analizar y proveer un
juicio; por lo tanto nada es real sino se complementa en el intelecto y se expone
de esta manera, así que todo vendría siendo vano e irreal. Las intuiciones que se
refieren a un objeto dado por las sensaciones se llaman intuiciones empíricas y el
objeto sensible es llamadofe n ó m e no Asimismo a las representaciones en las que
no se encuentra nada perteneciente a la sensación se las llama puras. Se sigue
que la ciencia de la sensibilidad es llamada Estética trascendental, que forma
parte de la Doctrina Trascendental de los Elementos en la Crítica de la razón pura.
La tesis de Kant en laCr í t ic a consiste en que resulta posible formular juicios
sintéticos a priori. Esta posición filosófica es conocida como transcendentalismo.
Al explicar cómo es posible este tipo de juicios, Kant consideraba los objetos del
mundo material como incognoscibles en esencia; desde el punto de vista de la
razón, sirven tan sólo como materia pura a partir de la cual se nutren las
sensaciones. Los objetos, en sí mismos, no tienen existencia, y el espacio y el
tiempo pertenecen a la realidad sólo como parte de la mente, como intuiciones con
las que las percepciones son medidas y valoradas también se ve le clara
influencia griega en sus razonamientos, aunque la mayoría pensaban en el mundo
helénico que si uno imaginaba algo por lo tanto podría ser real, aquí no es
necesario una buena experiencia y percepción.
 
 

etica kantiana.

LA ÉTICA KANTIANA
Onora O'Neill
Peter Singer (ed.), Compendio de Ética
Alianza Editorial, Madrid, 1995 (cap. 14, págs. 253-266)
1. Introducción
Immanuel Kant (1724-1804) fue uno de los filósofos europeos más importantes desde la antigüedad; muchos
dirían simplemente que es el más importante. Llevó una vida extraordinariamente tranquila en la alejada ciudad
prusiana de Königsberg (hoy Kaliningrado en Rusia), y publicó una serie de obras importantes en sus últimos
años. Sus escritos sobre ética se caracterizan por un incondicional compromiso con la libertad humana, con la
dignidad del hombre y con la concepción de que la obligación moral no deriva ni de Dios, ni de las autoridades y
comunidades humanas ni de las preferencias o deseos de los agentes humanos, sino de la razón.
Sus escritos son difíciles y sistemáticos; para comprenderlos puede ser de utilidad distinguir tres cosas. En
primer lugar está la ética de Kant, articulada por sus escritos de las décadas de 1780 y 1790. En segundo lugar
está la «ética de Kant», una presentación (considerablemente desfavorable) de la ética de Kant formulada por
sus primeros e influyentes críticos y que a menudo todavía se atribuye a Kant. Esta posición ha tenido una vida
propia en los debates actuales. En tercer lugar está la «ética kantiana», un término mucho más amplio que
engloba tanto la ética de Kant como la «ética de Kant» y que también se utiliza como denominación
(principalmente encomiosa) de una serie de posiciones éticas contemporáneas que reclaman la herencia de la
ética de Kant, pero que se separan de Kant en muchos sentidos.
2. La ética de Kant: el contexto crítico
La ética de Kant está recogida en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785),la Crítica de la
razón práctica (1787), La metafísica de la moral (1797) (cuyas dos partes Los elementos metafísicos del derecho
y La doctrina de la virtud a menudo se publican por separado) así como en su Religión dentro de los límites de la
mera razón (1793) y un gran número de ensayos sobre temas políticos, históricos y religiosos. Sin embargo, las
posiciones fundamentales que determinan la forma de esta obra se examinan a fondo en la obra maestra de
Kant, La crítica de la razón pura (1781), y una exposición de su ética ha de situarse en el contexto más amplio de
la «filosofía crítica» que allí desarrolla.
Esta filosofía es ante todo crítica en sentido negativo. Kant argumenta en contra de la mayoría de las tesis
metafísicas de sus precursores racionalistas, y en particular contra sus supuestas pruebas de la existencia de
Dios. De acuerdo con su concepción, nuestra reflexión ha de partir de una óptica humana, y no podemos
pretender el conocimiento de ninguna realidad trascendente a la cual no tenemos acceso. Las pretensiones de
conocimiento que podemos afirmar deben ser por lo tanto acerca de una realidad que satisfaga la condición de
ser objeto de experiencia para nosotros. De aquí que la indagación de la estructura de nuestras capacidades
cognitivas proporciona una guía a los aspectos de esa realidad empírica que podemos conocer sin referirnos a
experiencias particulares. Kant argumenta que podemos conocer a priori que habitamos en un mundo natural
de objetos situados en el espacio y el tiempo que están causalmente relacionados.
Kant se caracteriza por su insistencia en que este orden causal y nuestras pretensiones de conocimiento se
limitan al mundo natural, pero que no tenemos razón para pensar que el mundo natural cognoscible es todo
cuanto existe. Por el contrario, tenemos y no podemos prescindir de una concepción de nosotros mismos como
agentes y seres morales, lo cual sólo tiene sentido sobre la suposición de que tenemos una voluntad libre. Kant
afirma que la libre voluntad y la causalidad natural son compatibles, siempre que no se considere la libertad
humana -la capacidad de obrar de forma autónoma- como un aspecto del mundo natural. La causalidad y la
libertad se dan en ámbitos independientes; el conocimiento se limita a la primera y la moralidad a la última. La
solución de Kant del problema de la libertad y el determinismo es el rasgo más controvertido y fundamental de
su filosofía moral, y el que supone la mayor diferencia entre su pensamiento y el de casi toda la literatura ética
del siglo xx, incluida la mayor parte de la que se considera «ética kantiana».
La cuestión central en torno a la cual dispone Kant su doctrina ética es la de «¿qué debo hacer?». Kant intenta
identificar las máximas, o los principios fundamentales de acción, que debemos adoptar. Su respuesta se
formuía sin referencia alguna a una concepción supuestamente objetiva del bien para el hombre, como las
propuestas por las concepciones perfeccionistas asociadas a Platón, Aristóteles y a gran parte de la ética
cristiana. Tampoco basa su posición en pretensión alguna sobre una concepción subjetiva del bien, los deseos,
las preferencias o las creencias morales comúnmente compartidas que podamos tener, tal y como hacen los
utilitaristas y comunitaristas. Al igual que en su metafísica, en su ética no introduce pretensión alguna sobre una
realidad moral que vaya más allá de la experiencia ni otorga un peso moral a las creencias reales. Rechaza tanto
el marco realista como el teológico en que se habían formulado la teoría del derecho natural y la doctrina de la
virtud, así como la apelación a un consenso contingente de sentimientos o creencias como el que defienden
muchos pensadores del siglo XVIII (y también del XX).
3. La ética de Kant: la ley universal y la concepción del deber
El propósito central de Kant es concebir los principios de la ética según procedimientos racionales. Aunque al
comienzo de su Fundamentación (una obra breve, muy conocida y difícil) identifica a la «buena voluntad» como
único bien incondicional, niega que los principios de la buena voluntad puedan determinarse por referencia a
un bien objetivo o telos al cual tiendan. En vez de suponer una formulación determinada del bien, y de utilizarla
como base para determinar lo que debemos hacer, utiliza una formulación de los principios éticos para
determinar en qué consiste tener una buena voluntad. Sólo se plantea una cuestión más bien mínima, a saber,
¿qué máximas o principios fundamentales podría adoptar una pluralidad de agentes sin suponer nada
específico sobre los deseos de los agentes o sus relaciones sociales? Han de rechazarse los principios que no
puedan servir para una pluralidad de agentes: la idea es que el principio moral tiene que ser un principio para
todos. La moralidad comienza con el rechazo de los principios no universalizables. Esta idea se formula como
una exigencia, que Kant denomina «el imperativo categórico», o en términos más generales la Ley moral. Su
versión más conocida dice así: «obra sólo según la máxima que al mismo tiempo puedas querer se convierta
una ley universal». Esta es la clave de la ética de Kant, y se utiliza para clasificar las máximas que pueden
adoptar los agentes.
Un ejemplo de uso de imperativo categórico sería este: un agente que adopta la máxima de prometer en falso
no podría «querer esto como ley universal». Pues si quisiese (hipotéticamente) hacerlo se comprometería con
el resultado predecible de una quiebra tal de la confianza que no podría obrar a partir de su máxima inicial de
prometer en falso. Este experimento intelectual revela que la máxima de prometer en falso no es
universalizable, y por lo tanto no puede incluirse entre los principios comunes de ninguna pluralidad de seres.
La máxima de rechazar la promesa en falso es una exigencia moral; la máxima de prometer en falso está
moralmente prohibida. Es importante señalar que Kant no considera mala la promesa en falso en razón de sus
efectos presuntamente desagradables (como harían los utilitaristas) sino porque no puede quererse como
principio universal.
El rechazo de la máxima de prometer en falso, o de cualquier otra máxima no universalizable, es compatible con
una gran variedad de cursos de acción. Kant distingue dos tipos de valoración ética. En primer lugar podemos
evaluar las máximas que adoptan los agentes. Si pudiésemos conocerlas podríamos distinguir entre las que
rechazan principios no universalizables (y tienen así principios moralmente valiosos) y las que adoptan
principios no universalizables (y tienen así principios moralmente no valiosos). Kant se refiere a aquellos que
suscriben principios moralmente válidos como a personas que obran «por deber». Sin embargo Kant también
afirma que no tenemos un conocimiento cierto ni de nuestras máximas ni de las de los demás. Normalmente
deducimos las máximas o principios subyacentes de los agentes a partir de su pauta de acción, pero ninguna
pauta sigue una máxima única. Por ejemplo, la actividad del tendero verdaderamente honrado puede no diferir
de la del tendero honrado a regañadientes, que comercia equitativamente sólo por deseo de una buena
reputación comercial y que engañaría si tuviese una oportunidad segura de hacerlo. De aquí que, para los fines
ordinarios, a menudo no podemos hacer más que preocuparnos por la conformidad externa con las máximas
del deber, en vez de por la exigencia de haber realizado un acto a partir de una máxima semejante. Kant habla
de la acción que tendría que hacer alguien que tuviese una máxima moralmente válida como una acción «de
conformidad con el deber». Esta acción es obligatoria y su omisión está prohibida. Evidentemente, muchos
actos concuerdan con el deber aunque no fueron realizados por máximas de deber. Sin embargo, incluso esta
noción de deber externo se ha definido como indispensable en una situación dada para alguien que tiene el
principio subyacente de actuar por deber. Esto contrasta notablemente con las formulaciones actuales del
deber que lo identifican con pautas de acción externa. Así, la pregunta de Kant «¿Qué debo hacer?» tiene una
doble respuesta. En el mejor de los casos debo basar mi vida y acción en el rechazo de máximas nouniversalizables,
y llevar así una vida moralmente válida cuyos actos se realizan por deber; pero incluso si dejo
de hacer esto al menos debo asegurarme de realizar cualesquiera actos que serían indispensables si tuviese
semejante máxima moralmente válida.
La exposición más detallada de Kant acerca del deber introduce (versiones de) determinadas distinciones
tradicionales. Así, contrapone los deberes para con uno mismo y para con los demás y en cada uno de estos
tipos distingue entre deberes perfectos e imperfectos. Los deberes perfectos son completos en el sentido de
que valen para todos los agentes en todas sus acciones con otras personas. Además de abstenerse de prometer
en falso, otros ejemplos de principios de deberes perfectos para con los demás son abstenerse de la coerción y
la violencia; se trata de obligaciones que pueden satisfacerse respecto a todos los demás (a los cuales pueden
corresponder derechos de libertad negativa). Kant deduce los principios de la obligación imperfecta
introduciendo un supuesto adicional: supone que no sólo tenemos que tratar con una pluralidad de agentes
racionales que comparten un mundo, sino que estos agentes no son autosuficientes, y por lo tanto son
mutuamente vulnerables. Estos agentes -afirma- no podrían querer racionalmente que se adoptase de manera
universal un principio de negarse a ayudar a los demás o de descuidar el desarrollo del propio potencial: como
saben que no son autosuficientes, saben que querer un mundo así sería despojarse (irracionalmente) de medios
indispensables al menos para algunos de sus propios fines. Sin embargo, los principios de no dejar de ayudar a
los necesitados o de desarrollar el potencial propio son principios de obligación menos completos (y por lo
tanto imperfectos). Pues no podemos ayudar a todos los demás de todas las maneras necesarias, ni podemos
desplegar todos los talentos posibles en nosotros. Por ello estas obligaciones son no sólo necesariamente
selectivas sino también indeterminadas. Carecen de derechos como contrapartida y son la base de deberes
imperfectos. Las implicaciones de esta formulación de los deberes se desarrollan de forma detallada en La
metafísica de las costumbres, cuya primera parte trata acerca de los principios de la justicia que son objeto de
obligación perfecta y cuya segunda parte trata acerca de los principios de la virtud que son objeto de obligación
imperfecta.
4. La ética de Kant: el respeto a las personas
Kant despliega las líneas básicas de su pensamiento a lo largo de varios tramos paralelos (que considera
equivalentes). Así, formula el imperativo categórico de varias maneras, sorprendentemente diferentes. La
formulación antes presentada se conoce como «la fórmula de la ley universal» y se considera la «más estricta».
La que ha tenido mayor influencia cultural es la llamada «fórmula del fin en sí mismo», que exige tratar a la
humanidad en tu propia persona o en la persona de cualquier otro nunca simplemente como un medio sino
siempre al mismo tiempo como un fin. Este principio de segundo orden constituye una vez más una limitación a
las máximas que adoptemos; es una versión muy solemnemente expresada de la exigencia de respeto a las
personas. En vez de exigir que comprobemos que todos puedan adoptar las mismas máximas, exige de manera
menos directa que al actuar siempre respetemos, es decir, no menoscabemos, la capacidad de actuar de los
demás (y de este modo, de hecho, les permitamos obrar según las maximas que adoptaríamos nosotros
mismos). La fórmula del fin en sí también se utiliza para distinguir dos tipos de falta moral. Utilizar a otro es
tratarle como cosa o instrumento y no como agente. Según la formulación de Kant, el utilizar a otro no es
simplemente cuestión de hacer algo que el otro en realidad no quiere o consiente, sino de hacer algo a lo cual el
otro no puede dar su consentimiento. Por ejemplo, quien engaña hace imposible que sus víctimas consientan
en la intención del engañador. Al contrario que la mayoría de las demás apelaciones al consentimiento como
criterio de acción legítima (o justa), Kant (de acuerdo con su posición filosófica básica) no apela ni a un
consentimiento hipotético de seres racionales ideales, ni al consentimiento históricamente contingente de
seres reales. Se pregunta qué es preciso para hacer posible que los demás disientan o den su consentimiento.
Esto no significa que pueda anularse a la fuerza el disenso real en razón de que el consenso al menos ha sido
posible -pues el acto mismo de anular el disenso real será el mismo forzoso, y por lo tanto hará imposible el
consentimiento. La tesis de Kant es que los principios que debemos adoptar para no utilizar a los demás serán
los principios mismos de justicia que se identificaron al considerar qué principios son universalizables para los
seres racionales.
Por consiguiente, Kant interpreta la falta moral de no tratar a los demás como «fines» como una base
alternativa para una doctrina de las virtudes. Tratar a los demás como seres específicamente humanos en su
finitud -por lo tanto vulnerables y necesitados- como «fines» exige nuestro apoyo a las (frágiles) capacidades de
obrar, de adoptar máximas y de perseguir los fines particulares de los demás. Por eso exige al menos cierto
apoyo a los proyectos y propósitos de los demás. Kant afirma que esto exigirá una beneficencia al menos
limitada. Aunque no establece la obligación ilimitada de la beneficencia, como hacen los utilitaristas, argumenta
en favor de la obligación de rechazar la política de denegar la ayuda necesitada. También afirma que la falta
sistemática en desplegar el propio potencial equivale a la falta de respeto a la humanidad y sus capacidades de
acción racional (en la propia persona). La falta de consideración a los demás o a uno mismo como fines se
considera una vez más como una falta de virtud u obligación imperfecta. Las obligaciones imperfectas no
pueden prescribir un cumplimiento universal: no podemos ni ayudar a todas las personas necesitadas, ni
desplegar todos los talentos posibles. Sin embargo, podemos rechazar que la indiferencia de cualquiera de
ambos tipos sea básica en nuestra vida, y podemos hallar que el rechazo de la indiferencia por principio exige
mucho. Incluso un compromiso de esta naturaleza, tomado en serio, exigirá mucho. Si lo cumplimos, según la
concepción de Kant habremos mostrado respeto hacia las personas y en especial a la dignidad humana.
Las restantes formulaciones del imperativo categórico reúnen las perspectivas de quien busca obrar según
principios que puedan compartir todos los demás y de quien busca obrar según principios que respeten la
capacidad de obrar de los demás. Kant hace uso de la retórica cristiana tradicional v de la concepción del
contrato social de Rousseau para pergeñar la imagen de un «Reino de los fines» en el que cada persona es a la
vez legisladora y está sujeta a la ley, en el que cada cual es autónomo (lo que quiere decir literalmente: que se
legisla a sí mismo) con la condición de que lo legislado respete el estatus igual de los demás como
«legisladores». Para Kant, igual que para Rousseau, ser autónomo no significa voluntariedad o independencia
de los demás y de las convenciones sociales; consiste en tener el tipo de autocontrol que tiene en cuenta el
igual estatus moral de los demás. Ser autónomo en sentido kantiano es obrar moralmente.

5. La ética de Kant: los problemas de la libertad, la religión y la historia
Esta estructura básica de pensamiento se desarrolla en muchas direcciones diferentes. Kant presenta
argumentos que sugieren por qué hemos de considerar el imperativo categórico como un principio de razón
vinculante para todos nosotros. Así, analiza lo que supone pasar de un principio a su aplicación concreta a
situaciones reales. También examina la relación entre los principios morales y nuestros deseos e inclinaciones
reales. Desarrolla entonces las implicaciones políticas del imperativo categórico, que incluyen una constitución
republicana y el respeto a la libertad, especialmente la libertad religiosa y de expresión. También esboza un
programa todavía influyente para conseguir la paz internacional. Y asimismo analiza de qué forma su sistema de
pensamiento moral está vinculado a nociones religiosas tradicionales. Se han planteado muchas objeciones de
principio y de detalle; algunas de las objeciones menos fundamentales pueden examinarse en el apartado de la
«ética de Kant». Sin embargo, la objeción más central exige un examen independiente.
Esta objeción es que el marco básico de Kant es incoherente. Su teoría del conocimiento lleva a una concepción
del ser humano como parte de la naturaleza, cuyos deseos, inclinaciones y actos son susceptibles de explicación
causal ordinaria. Pero su noción de la libertad humana exige la consideración de los agentes humanos como
seres capaces de autodeterminación, y en especial de determinación de acuerdo con los principios del deber. Al
parecer Kant se ve llevado a una concepción dual del ser humano: somos a la vez seres fenoménicos (naturales,
determinados causalmente) y seres nouménicos (es decir, no naturales y autodeterminados). Muchos de los
críticos de Kant han afirmado que este doble aspecto del ser humano es en última instancia incoherente.
En la Crítica de la razón práctica Kant aborda la dificultad afirmando que siempre que aceptemos determinados
«postulados» podemos dar sentido a la idea de seres que forman parte tanto del orden natural como del orden
moral. La idea es que si postulamos un Dios benévolo, la virtud moral a que pueden aspirar los agentes libres
puede ser compatible con -y, en efecto, proporcionada a- la felicidad a que aspiran los seres naturales. Kant
denomina bien supremo a esta perfecta coordinación de virtud moral y felicidad. El procurar el bien supremo
supone mucho tiempo: por ello hemos de postular tanto un alma inmortal como la providencia de Dios. Esta
imagen ha sido satirizada una y otra vez. Heme describió a Kant como un osado revolucionario que mató al
deísmo: a continuación admitió tímidamente que, después de todo, la razón práctica podía «probar» la
existencia de Dios. Menos amablemente, Nietzsche le iguala a un zorro que se escapa para luego volver a caer
en la jaula del teísmo.
En los últimos escritos Kant desechó tanto la idea de una coordinación garantizada de virtud y recompensa de la
felicidad (pensó que esto podía socavar la verdadera virtud) y la exigencia de postular la inmortalidad,
entendida como una vida eterna (véase El fin de todas las cosas). Ofrece diversas versiones históricas de la idea
de que podemos entender nuestro estatus de seres libres que forman parte de la naturaleza sólo si adoptamos
determinados postulados. Por ejemplo sugiere que al menos debemos esperar la posibilidad de progreso moral
en la historia humana y ello para una coordinación intramundana de los fines morales y naturales de la
humanidad. Las diversas formulaciones históricas que ofrece de los postulados de la razón práctica son aspectos
y precursores de una noción intramundana del destino humano que asociamos a la tradición revolucionaria, y
en especial a Marx. Sin embargo Kant no renunció a una interpretación religiosa de las nociones de los orígenes
y destino humanos. En su obra tardía La religión dentro de los límites de la mera razón describe las escrituras
cristianas como una narrativa temporal que puede entenderse como «símbolo de la moralidad». La
interpretación de esta obra, que trajo a Kant problemas con los censores prusianos, plantea muchos problemas.
Sin embargo, al menos está claro que no reintroduce nociones teológicas que sirvan de fundamento de la
moralidad, sino que más bien utiliza su teoría moral como óptica para leer las escrituras.
Si bien Kant no volvió a su original rechazo del fundamento teológico, sigue siendo problemática una
comprensión de la vinculación que establece entre naturaleza y moralidad. Una forma de comprenderla puede
ser basándose en la idea, que utiliza en la Fundamentación, de que naturaleza y libertad no pertenecen a dos
mundos o realidades metafísicas independientes, sino que más bien constituyen dos «puntos de vista». Hemos
de concebirnos a nosotros mismos tanto como parte del mundo natural y como agentes libres. No podemos
prescindir sin incoherencia de ninguno de estos puntos de vista, aunque tampoco podemos integrarlos, y no
podemos hacer más que comprender que son compatibles. De acuerdo con esta interpretación, no podemos
tener idea de la «mecánica» de la libertad humana, pero podemos entender que sin la libertad en la actividad
del conocimiento, que subyace a nuestra misma pretensión de conocimiento, nos sería desconocido un mundo
ordenado causalmente. De aquí que nos sea imposible desterrar la idea de libertad. Para fines prácticos esto
puede bastar: para éstos no tenemos que probar la libertad humana.
Sin embargo, tenemos que intentar conceptualizar el vínculo entre el orden natural y la libertad humana, y
también hemos de comprometernos a una versión de los «postulados» o «esperanzas» que vinculan a ambos.
Al menos un compromiso a obrar moralmente en el mundo depende de suponer (postular, esperar) que el
orden natural no sea totalmente incompatible con las intenciones morales.
6. La «ética de Kant»
Muchas otras críticas de la ética de Kant resurgen tan a menudo que han cobrado vida independiente como
elementos de la «ética de Kant». Algunos afirman que estas críticas no son de aplicación a la ética de Kant, y
otros que son razones decisivas para rechazar la posición de Kant.
1) Formalismo. La acusación más común contra la ética de Kant consiste en decir que el imperativo categórico
está vacío, es trivial o puramente formal v no identifica principios de deber. Esta acusación la han formulado
Hegel, J.S. Mill y muchos otros autores contemporáneos. Según la concepción de Kant, la exigencia de máximas
universalizables equivale a la exigencia de que nuestros principios fundamentales puedan ser adoptados por
todos. Esta condición puede parecer carente de lugar: ¿acaso no puede prescribirse por un principio universal
cualquier descripción de acto bien formada? ¿Son universalizables principios como el de «roba cuando puedas»
o «mata cuando puedas hacerlo sin riesgo»? Esta reducción al absurdo de la universalizabilidad se consigue
sustituyendo el imperativo categórico de Kant por un principio diferente. La fórmula de la ley universal exige no
sólo que formulemos un principio universal que incorpore una descripción del acto válida para un acto
determinado. Exige que la máxima, o principio fundamental, de un agente sea tal que éste pueda «quererla
como ley universal». La prueba exige comprometerse con las consecuencias normales y predecibles de
principios a los que se compromete el agente así como a los estándares normales de la racionalidad
instrumental. Cuando las máximas no son universalizables ello es normalmente porque el compromiso con las
consecuencias de su adopción universal sería incompatible con el compromiso con los medios para obrar según
ellas (por ejemplo, no podemos comprometernos tanto a los resultados de la promesa en falso universal y a
mantener los medios para prometer, por lo tanto para prometer en falso).
La concepción kantiana de la universalizabilidad difiere de principios afines (el prescriptivismo universal, la
Regla de Oro) en dos aspectos importantes. En primer lugar, no alude a lo que se desea o prefiere, y ni siquiera
a lo que se desea o prefiere que se haga de manera universal. En segundo lugar es un procedimiento sólo para
escoger las máximas que deben rechazarse para que los principios fundamentales de una vida o sociedad sean
universalizables. Identifica los principios no universalizables para descubrir las limitaciones colaterales a los
principios más específicos que puedan adoptar los agentes. Estas limitaciones colaterales nos permiten
identificar principios de obligación más específicos pero todavía indeterminados (para una diferente concepción
de la universalizabilidad véase el artículo 40, «El prescriptivismo universal»).
2) Rigorismo. Esta es la crítica de que la ética de Kant, lejos de estar vacía y ser formalista, conduce a normas
rígidamente insensibles, y por ello no se pueden tener en cuenta las diferencias entre los casos. Sin embargo,
los principios universales no tienen que exigir un trato uniforme; en realidad imponen un trato diferenciado.
Principios como «la imposición debe ser proporcional a la capacidad de pagar» o «el castigo debe ser
proporcionado al delito» tienen un alcance universal pero exigen un trato diferenciado. Incluso principios que
no impongan específicamente un trato diferenciado serán indeterminados, por lo que dejan lugar a una
aplicación diferenciada.
3) Abstracción. Quienes aceptan que los argumentos de Kant identifican algunos principios del deber, pero no
imponen una uniformidad rígida, a menudo presentan una versión adicional de la acusación de formalismo.
Dicen que Kant identifica los principios éticos, pero que estos principios son «demasiado abstractos» para
orientar la acción, y por ello que su teoría no sirve como guía de la acción. Los principios del deber de Kant son
ciertamente abstractos, y Kant no proporciona un conjunto de instrucciones detallado para seguirlo. No ofrece
un algoritmo moral del tipo de los que podría proporcionar el utilitarismo si tuviésemos una información
suficiente sobre todas las Opciones. Kant subraya que la aplicación de principios a casos supone juicio y
deliberación. También afirma que los principios son y deben ser abstractos: son limitaciones colaterales (no
algoritmos) y sólo pueden guiar (no tomar) las decisiones. La vida moral es cuestión de encontrar formas de
actuar que satisfagan todas las obligaciones y no violen las prohibiciones morales. No existe un procedimiento
automático para identificar estas acciones, o todas estas acciones. Sin embargo, para la práctica moral
empezamos por asegurarnos que los actos específicos que tenemos pensados no son incompatibles con los
actos de conformidad con las máximas del deber.
4) Fundamentos de obligación contradictorios. Esta crítica señala que la ética de Kant identifica un conjunto
de principios que pueden entrar en conflicto. Las exigencias de fidelidad y de ayuda, por ejemplo, pueden
chocar. Esta crítica vale tanto para la ética de Kant como para cualquier ética de principios. Dado que la teoría
no contempla las «negociaciones» entre diferentes obligaciones, carece de un procedimiento de rutina para
resolver los conflictos. Por otra parte, como la teoría no es más que un conjunto de limitaciones colaterales a la
acción, la exigencia central consiste en hallar una acción que satisfaga todas las limitaciones. Sólo cuando no
puede hallarse semejante acción se plantea el problema de los fundamentos múltiples de la obligación. Kant no
dice nada muy esclarecedor sobre estos casos; la acusación planteada por los defensores de la ética de la virtud
(por ejemplo, Bernard Williams, Martha Nussbaum) de que no dice lo suficiente sobre los casos en que
inevitablemente ha de violarse o abandonarse un compromiso moral, es pertinente.
5) Lugar de las inclinaciones. En la literatura secundaria se ha presentado un grupo de críticas serias de la
psicología moral de Kant. En particular se dice que Kant exige que actuemos «motivados por el deber» y no por
inclinación, lo que le lleva a afirmar que la acción que gozamos no puede ser moralmente valiosa. Esta severa
interpretación, quizás sugerida por vez primera por Schiller, supone numerosas cuestiones difíciles. Por obrar
«motivado por el deber», Kant quiere decir sólo que obremos de acuerdo con la máxima del deber y que
experimentemos la sensación de «respeto por la ley». Este respeto es una respuesta y no la fuente del valor
moral. Es compatible con que la acción concuerde con nuestras inclinaciones naturales y sea objeto de disfrute.
De acuerdo con una interpretación, el conflicto aparente entre deber e inclinación sólo es de orden
epistemológico; no podemos saber con seguridad que obramos sólo por deber si falta la inclinación. Según otras
interpretaciones, la cuestión es más profunda, y conduce a la más grave acusación de que Kant no puede
explicar la mala acción.
6) Falta de explicación de la mala acción. Esta acusación es que Kant sólo contempla la acción libre que es
totalmente autónoma -es decir, que se hace de acuerdo con un principio que satisface la limitación de que
todos los demás puedan hacer igualmente- y la acción que refleja sólo deseos naturales e inclinaciones. De ahí
que no puede explicar la acción libre e imputable pero mala. Está claro que Kant piensa que puede ofrecer una
explicación de la mala acción, pues con frecuencia ofrece ejemplos de malas acciones imputables.
Probablemente esta acusación refleja una falta de separación entre la tesis de que los agentes libres deben ser
capaces de actuar de manera autónoma (en el sentido rousseauniano o kantiano que vincula la autonomía con
la moralidad) con la tesis de que los agentes libres siempre obran de manera autónoma. La imputabilidad exige
la capacidad de obrar autónomamente, pero esta capacidad puede no ejercitarse siempre. Los malos actos
realmente no son autónomos, pero son elegidos en vez de determinados de forma mecánica por nuestros
deseos o inclinaciones.
La ética de Kant y la imagen de su ética que a menudo sustituyen a aquélla en los debates modernos no agotan
la ética kantiana. Actualmente se utiliza a menudo para designar a toda una serie de posiciones y compromisos
éticos cuasi-kantianos. En ocasiones, el uso es muy amplio. Algunos autores hablarán de ética kantiana cuando
tengan en mente teorías de los derechos, o más en general un pensamiento moral basado en la acción más que
en el resultado, o bien cualquier posición que considere lo correcto como algo previo a lo bueno. En estos casos
los puntos de parecido con la ética de Kant son bastante generales (por ejemplo, el interés por principios
universales y por el respeto a las personas, o más específicamente por los derechos humanos). En otros casos
puede identificarse un parecido más estructural -por ejemplo, un compromiso con un único principio moral
supremo no utilitario, o bien con la concepción de que la ética se basa en la razón. La comprensión específica de
la ética kantiana varia mucho de uno a otro contexto.
El programa ético reciente más definidamente kantiano ha sido el de John Rawls, quien ha denominado a una
etapa del desarrollo de su teoría «constructivismo kantiano». Muchos de los rasgos de la obra de Rawls son
claramente kantianos, sobre todo su concepción de principios éticos determinados por limitaciones a los
principios elegidos por agentes racionales. Sin embargo, el constructivismo de Rawls supone una noción
bastante diferente de la racionalidad con respecto a la de Kant. Rawls identifica los principios que elegirían
seres instrumentalmente racionales a los cuales atribuye fines ciertos escasamente especificados -y no los
principios que podrían elegirse siempre independientemente de los fines particulares. Esto deter1mina
importantes diferencias entre la obra de Rawls, incluso en sus momentos más kantianos, y la ética de Kant.
Otros que utilizan la denominación «kantiano» en ética tienen una relación con Kant aún más libre -por
ejemplo, muchos de ellos no ofrecen concepción alguna de las virtudes, o incluso niegan que sea posible
semejante concepción; muchos consideran que lo fundamental son los derechos más que las obligaciones; casi
todos se basan en un teoría de la acción basada en la preferencia y en una concepción instrumental de la
racionalidad, todo lo cual es incompatible con la ética de Kant.
8. El legado kantiano
La ética de Kant sigue siendo el intento paradigmático y más influyente por afirmar principios morales
universales sin referencia a las preferencias o a un marco teológico. La esperanza de identificar principios
universales, tan patente en las concepciones de la justicia y en el movimiento de derechos humanos, se ve
constantemente desafiada por la insistencia comunitarista e historicista en que no podemos apelar a algo que
vaya más allá del discurso v de las tradiciones de sociedades particulares, y por la insistencia de los utilitaristas
en que los principios derivan de preferencias. Para quienes no consideran convincente ninguno de estos
caminos, el eslogan neokantiano de «vuelta a Kant» sigue siendo un desafío que deben analizar o refutar.